El texto a continuación es uno de los mejores escritos por el Cardenal
Francois-Xavier Nguyen van Thuan, quien fuera ordenado sacerdote en presbítero
en 1953; obtuvo el grado de doctor en Derecho Canónico en 1959. Durante ocho
años fue obispo de Nhatrang (1967-1975). En 1975 Pablo VI le nombró arzobispo
coadjuntor de Saigón, pero a los pocos meses, con la llegada del régimen
comunista al poder de Vietnam, fue arrestado. Pasó 13 años en la cárcel, 9 de
ellos en régimen de aislamiento. En 1988 fue liberado y puesto bajo régimen de
arresto domiciliario en Hanoi, sin permitírsele regresar a su sede diocesana.
En 1991 se le autorizó ir de visita a Roma pero no se le permitió el regreso.
Desde entonces vivió exiliado en esa ciudad. En 1994 Juan Pablo II le nombró presidente
del Pontificio Consejo Justicia y Paz a la vez que dimitió como Obispo
coadjutor de Saigón (llamada ahora Ciudad Ho Chi Min). En 2001, el mismo papa
lo creó cardenal de Santa María de la Scala. Falleció el 16 de septiembre de
2002 en una clínica de Roma, víctima de cáncer.
...
Pudo usted celebrar la misa en la cárcel?", es la pregunta que muchos me
han hecho innumerables veces. Y tienen razón: la Eucaristía es la más hermosa
oración, es la cumbre de la vida cristiana. Cuando les respondo que sí, ya sé
cuál es la pregunta siguiente: “¿Cómo consiguió encontrar pan y vino? “.
Cuando fui arrestado tuve que salir inmediatamente, con
las manos vacías. Al día siguiente me permitieron escribir y pedir las cosas
más necesarias: ropa, pasta de dientes... Escribí a mi destinatario: “Por
favor, mandadme un poco de vino como medicina contra el dolor de estómago “mis fieles
entendieron lo que eso significaba: me mandaron una botellita de vino de misa
con una etiqueta que decía: “medicina contra el dolor de estómago”, y las
hostias las ocultaron en una antorcha que se usa para combatir la humedad. El
policía me preguntó:
- ¿Le duele el estómago?
-Sí.
-Aquí hay un poco de medicina para usted.
Nunca podré expresar mi gran alegría: todos los días, con
tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebraba la
misa.
De todos modos, dependía de la situación. En el barco que
nos llevó al norte celebraba la misa por la noche y daba la comunión a los
prisioneros que me rodeaban. A veces tenía que celebrar cuando todos iban al
baño, después de la gimnasia. En el campo de reeducación nos dividieron en
grupos de 50 personas; dormíamos en camas comunes; cada uno tenía derecho a 50
cms. Nos las arreglamos para que estuvieran cinco católicos conmigo. A las
21:30 había que apagar la luz y todos debían dormir. Me encogía en la cama para
celebrar la misa de memoria, y repartía la comunión pasando la mano bajo el
mosquitero. Fabricamos bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos
para conservar el Santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Jesús eucarístico en
el bolsillo de la camisa.
Recuerdo lo que escribí: “Tú crees en una sola fuerza: la
Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor que te dará la vida. He venido para
que tengan vida y la tengan en abundancia[1]”.
Como el maná aumentó a los israelitas en su viaje a la tierra prometida, así la
Eucaristía te alimentará en tu camino de la esperanza[2]”.
Cada semana tenía lugar una sesión de adoctrinamiento en
la que debía participar todo el campo. Durante el descanso, mis compañeros
católicos y yo aprovechamos para pasar un paquetito para cada uno de los otros
cuatro grupos de prisioneros; todos sabían que Jesús está en medio de ellos; Él
es el que cura todos los sufrimientos físicos y mentales. Durante la noche los
presos se turnaban en adoración; Jesús eucarístico ayudaba inmensamente con su
presencia silenciosa. Muchos cristianos volvieron al fervor de la fe durante
esos días; hasta budistas y otros no cristianos se convirtieron. La fuerza del
amor de Jesús era irresistible y la oscuridad de la cárcel se convirtió en luz;
la semilla germina bajo tierra durante la tempestad.
Ofrezco la misa junto con el Señor: cuando reparto la
comunión me doy a mí mismo junto al Señor para hacerme alimento para todos.
Esto quiere decir que estoy siempre al servicio de los demás. Cada vez que
ofrezco la misa tengo la oportunidad de extender las manos y de clavarme en la
cruz de Jesús, de beber con Él el cáliz amargo. Todos los días, al recitar y
escuchar las palabras de la consagración, confirmo con todo mi corazón y con
toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su
sangre mezclada con la mía[3].
Jesús empezó una revolución en la cruz. Nuestra revolución
debe empezar en la mesa eucarística, y de allí debe seguir adelante. Así se
puede renovar la humanidad.
Pasé nueve años aislado. Durante ese tiempo celebré la
misa todos los días hacia las 3 de la tarde, la hora en que Jesús estaba
agonizan do en la cruz. Estaba solo, podía cantar mi misa como quiera, en
latín, francés, vietnamita... Llevaba siempre conmigo la bolsita que contiene
el Santísimo Sacramento; “Tú en mí, y yo en Ti”. Han sido las misas más bellas
de mi vida.
Por la noche, entre las 9 y las 10, realizaba una hora de
adoración, cantaba Lauda Sion, Pange
Lingua, Adoro Te Devote, Te Deum
y cantos en lengua vietnamita, a pesar del ruido del altavoz, que dura desde
las 5 de la mañana hasta las 11:30 de la noche. Sentía una singular paz de
espíritu y de corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de Jesús, de María
y de José. Cantaba el Salve Regina, Salve
Mater, Alma Redemptoris Mater, Regina coelí ... en unidad con la Iglesia
universal. A pesar de las acusaciones y las calumnias contra la Iglesia, canto Tu es Petrus, Oremus pro Pontifice nostro, Christus
vincit... Como Jesús calmó el hambre de la multitud que lo seguía en el
desierto, en la Eucaristía El mismo continúa siendo alimento de vida eterna.
En la Eucaristía anunciamos la muerte de Jesús y proclamamos
su resurrección. Hay momentos de tristeza infinita. ¿Qué hacer entonces? Mirar
a Jesús crucificado y abandonado en la cruz. A los ojos humanos, la vida de
Jesús fracasó, fue inútil, frustrada, pero a los ojos de Dios, Jesús en la cruz
cumplió la obra más importante de su vida, porque derramó su sangre para salvar
al mundo. ¡Qué unido está Jesús a Dios en la cruz, sin poder predicar, curar
enfermos, visitar a la gente y hacer milagros, sino en inmovilidad absoluta!
Jesús es mi primer ejemplo de radicalismo en el amor al
Padre y a los hombres. Jesús lo ha da do todo: “Nos amó hasta el extremo”[4],
hasta el “Todo está cumplido”[5]. Y
el Padre amó tanto al mundo “que dio a su Hijo unigénito”[6].
Darse todo como un pan para ser comido “por la vida del mundo”[7]. En
aquel momento Jesús dijo: “Siento compasión de la gente”[8].
La multiplicación de los panes fue un anuncio, un signo de la Eucaristía que
Jesús instituiría poco después.
Queridísimos jóvenes, escuchad al Santo Padre: “Jesús
vive entre nosotros en la Eucaristía... Entre las incertidumbres y
distracciones de la vida cotidiana, imitad a los discípulos en el camino hacia
Emaús... Invocad a Jesús, para que en los caminos de los tantos Emaús de
nuestro tiempo, permanezca siempre con vosotros. Que Él sea vuestra fuerza,
vuestro punto de referencia, vuestra perenne esperanza”[9].[10]
[1] Cfr Jn 10, 10.
[2] Idem 6, 50.
[3] Cfr 1 Cor 11,
23-25.
[4] Cfr Jn 13, 1
[5] Idem 19, 30
[6] Ídem 3, 16
[7] Ídem 6, 51
[8] Mt 15, 32
[9] Juan Pablo II, Mensaje para la XII Jornada Mundial de la
Juventud , 1997, n. 7
[10] Cardenal F. X. Nguyen Van Thuan, Cinco panes y dos peces , Ed. Ciudad Nueva, 2ª Ed. Buenos Aires, 2001,
Pág. 40-45.