Leon Tolstoi, al narrar su conversión, decía que le habían empezado a aparecer
como verdaderas cosas que antes tenía por falsas, y refiriéndose al lavatorio
de pies, llegó a decir: «Antes sabía bien que Dios da la vida a los hombres y
quiere que vivan. Ahora comprendo también lo otro: comprendo que Dios no desea
que cada hombre viva para sí mismo. Él quiere que los hombres vivan en
comunidad... Ahora comprendo que los hombres creen que viven solamente de la
preocupación por sí mismos, pero en realidad sólo viven por el amor a los
otros»[1]. Años
después, el entonces cardenal Ratzinger escribía: «el Señor en el lavatorio de
pies nos presenta lo que él hace... Este es el sentido de toda su vida y
pasión: que él se inclina ante nuestros sucios pies, ante la suciedad de la
humanidad y nos hace limpios en su gran amor. El oficio de esclavo de lavar los
pies tenía el significado de hacer a los hombres capaces de estar a la mesa,
capaces de estar en comunidad, de tal forma que se pudiesen sentar juntos a la
mesa».
En ésta noche del Jueves Santo, antes del Evangelio,
escuchamos la voz de Pablo, la voz que critica las desigualdades de los
cristianos al celebrar la cena del Señor: Mientras
uno pasa hambre, otro se embriaga... ¿o es que despreciáis a la Iglesia de Dios
y avergonzáis a los que no tienen?[2]. Y
acaba afirmando con dureza: Examínese,
pues cada cual, y coma entonces el pan y beba el cáliz. Pues quien come y bebe
sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo[3].
Y es que hay algo peor que no creer en la presencia real
del Señor en la Eucaristía y es creer en una presencia real tranquilizadora, que no nos lleve a perder,
a entregar nuestra vida. Lo dice mucho mejor X Pikaza: «El pan consagrado de
Cristo es inseparable del vino del sacrificio; sin la entrega de la vida por
los otros no puede haber eucaristía. Es también inseparable de la comunión
concreta con los fieles en el plano de la justicia, del trabajo compartido, de
la comunicación de bienes».
La pascua cristiana ha cambiado mucho respecto de la pascua
judía. Sigue siendo un recuerdo de que Dios nos ha liberado y salvado, pero ya
no por la sangre de un cordero sin defecto y de un año, sino por la del cordero
de Dios que quita el pecado del mundo; los panes ázimos se han convertido en el
cuerpo real de Cristo; la sangre de los dinteles y de las jambas sigue presente
en el vino consagrado, la sangre salvadora de la nueva alianza. Hemos unido el
gesto del lavatorio de pies, que es un símbolo expresivo y resumen de la vida
del que llamamos Maestro y «Señor». Y se nos ha convertido en el día del Amor
fraterno porque recordamos el mandamiento primero del Señor.
Hemos de huir de esa presencia tranquilizadora del Señor
en el Jueves santo; resuenan las palabras de San Pablo: examínese cada uno.
Ésta tarde no podemos quedarnos solamente con la belleza del
Ubi caritas et amor. Celebramos la memoria
de Jesús, que no es una memoria tranquilizadora que nos arrulla. Sigue siendo
la pascua, el paso del Señor, que nos dio ejemplo para que también nos amáramos
los unos a los otros.
Como los judíos, quizá deberíamos participar deprisa, con
un bastón en la mano y las sandalias puestas[4],
porque esa memoria peligrosa nos debe hacer salir a nuestra vida concreta de
cada día. Eso es lo que profesamos en este Jueves santo, ya que sin la entrega
de la vida por los otros no puede haber Eucaristía[5].
Cuando la Virgen era
ya tabernáculo vivo del Hijo de Dios encarnado, escuchó aquella alabanza: Feliz la que ha creído[6].
María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística
de la Iglesia. Cuando en la Visitación lleva en su seno el Verbo hecho carne,
se convierte de algún modo en el primer sagrario de la historia donde el Hijo
de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración
de Isabel, como irradiando su luz a través de los ojos y la voz de María[7] ■
[1] Lev
Nikoláyevich Tolstói, también conocido como León Tolstói (1828- 1910) fue un
novelista ruso ampliamente considerado como uno de los más grandes escritores
de occidente y de la literatura mundial.1 Sus más famosas obras son Guerra y Paz y Anna Karénina, y son tenidas como la cúspide del realismo. Sus
ideas sobre la «no violencia activa», expresadas en libros como El reino de
Dios está en vosotros tuvieron un profundo impacto en grandes personajes como
Gandhi y Martin Luther King.
[2] Cfr 1 Cor 11, 23-26.
[3] Idem.
[4] Cfr Ex 12,11.
[5] J. Gafo, Dios a la
vista. Homilías ciclo C, Madrid 1994, p. 118 ss.
[6] Lc 1, 45
[7]
Benedicto XVI, Ecclesia de Eucharistia
n. 55.