El que ama siempre encuentra tiempo para estar con la persona amada. El que
no tiene tiempo para orar no ama. Los pensamientos hermosos, los sentimientos
delicados o las palabras elocuentes no son de suyo oración. Esta consiste más
bien en decir al Señor amado nuestro amor, nuestro sufrimiento, nuestra
alegría, nuestras preocupaciones, nuestros temores... El pobre y el niño aman
así y... rezan así. Esta actitud de autenticidad fue la del publicano en el
templo, la de la samaritana en conversación con Jesús junto al pozo de Jacob,
la del hijo pródigo en su reencuentro con el padre, la de Saulo en el camino de
Damasco. Este modo de hablar con el Señor supone una gran confianza y un clima
de familiaridad. De semejantes encuentros la persona sale más alegre y confiada
■ Pedro Finkler, Orar, Capítulo
11 de Buscad al Señor con alegría.