La «cátedra», literalmente, quiere decir la sede fija del obispo, colocada
en la iglesia madre de una diócesis, que por este motivo es llamada «catedral»,
y es el símbolo de la autoridad del obispo y, en particular, de su
«magisterio», es decir, de la enseñanza evangélica que él, en cuanto sucesor de
los apóstoles, está llamado a custodiar y transmitir a la comunidad cristiana.
Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia particular que le ha sido
confiada, con la mitra y el báculo, se sienta en su cátedra. Desde esa sede
guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles, en la fe, en la
esperanza y en la caridad.
¿Cuál fue, entonces, la «cátedra» de san Pedro? Él,
escogido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia (Cf. Mateo
16, 18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor
y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable
que en aquella sala, donde también María, la Madre de Jesús, rezó junto a los
discípulos, se reservara un puesto especial a Simón Pedro. Sucesivamente, la
sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada en el río Oronte, en Siria, hoy en
Turquía, en aquellos tiempos la tercera ciudad del imperio romano después de
Roma y de Alejandría de Egipto. De aquella ciudad, evangelizada por Bernabé y
Pablo, en la que «por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de
"cristianos"» (Hechos 11, 26), Pedro fue el primer obispo. De hecho,
el Martirologio Romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una
celebración específica de la Cátedra de Pedro en Antioquía. Desde allí la
Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, nos encontramos con el camino que
va de Jerusalén, Iglesia naciente, a Antioquía, primer centro de la Iglesia,
que agrupaba a paganos, y todavía unida también a la Iglesia proveniente de los
judíos. Después, Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del
«Orbis» –la «Urbs» que expresa el «Orbis», la tierra– donde concluyó con el
martirio su carrera al servicio del Evangelio. Por este motivo, la sede de
Roma, que había recibido el mayor honor, recibió también la tarea confiada por
Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la
edificación y la unidad de todo el Pueblo de Dios. Celebrar la «cátedra» de
Pedro, como hoy lo hacemos, significa, por tanto, atribuir a ésta un fuerte
significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de
Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por
el camino de la salvación ■ Benedicto
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