El drama del Monte Moria no terminó sin víctima[1], apareció
allí un carnero, como si del mismo cielo hubiera bajado, y entonces fue
ofrecido en lugar del hijo.
La imagen es sencilla, Orígenes[2] lo
explica espléndidamente en una de sus homilías: lo de Abrahán e Isaac es sólo una
sombra. El verdadero Abrahán que no perdonó a su único Hijo es Dios Padre. El
verdadero Isaac, obediente y ofrecido sobre la leña o el madero, es Jesús. O
mejor: Jesús es el verdadero cordero que había de ser inmolado en vez de Isaac
y de todos los hijos de los hombres. Jesús es quien había de ahorrar a Isaac y
a todos los hijos de los hombres cualquier tipo de condenas y de esfuerzos
sangrientos, librándoles incluso del amargor de la muerte: ¿Dónde está muerte tu victoria, dónde tu aguijón?[3]
Misterio del amor de Dios. ¿Quién puede medir lo que es
inmenso? Y qué podemos decir, qué podemos hacer sino cantar las misericordias
del Señor y ofrecer sacrificios de alabanza, como nos invita el salmo de éste
domingo de cuaresma –el segundo- un día que bien podríamos bien llamarle el
domingo de los montes: el Tabor y el Calvario. Ambos están cerca. Son, digamos,
como dos vertientes de la misma montaña. La cruz y la gloria son una misma
realidad. En el Tabor se hablaba de lo que el Hijo había de padecer, y en el
Calvario el Hijo alcanzaba la gloria más grande. En el Tabor Jesús se
transfiguraba por un momento delante de tres de sus discípulos. En el Calvario
Jesús se transfiguraba definitivamente y delante de todo el pueblo. En el fondo
Tabor y Calvario son dos momentos del mismo y único misterio pascual[4].
Vente siglos después, para nosotros cristianos, las
batallas en lo alto del monte se siguen librando, la gran pregunta de éste
domingo es si no tenemos algún hijo primogénito que ofrecer, algún hijo único
que nos pida el Señor. El sacrificio es sin duda alguna la condición para
llegar a ser transfigurados.
Entiéndaseme bien. Con hijo primogénito me refiero a nuestra mayor ilusión, aquello de lo
que no queremos separarnos, fruto quizá de muchos trabajos y grandes
sacrificios ¿el ídolo secreto del corazón? ¡Tantos y tan distintos hijos
idolatrados! El capricho por una cosa, la pasión por algo, la veneración por un
ídolo, el apego a una persona, la actitud fanática y cerril hacia ¡ay! las
cosas de Dios.
Y entonces puede Dios intervenir y pedirnos el sacrificio
de ese hijo: ¿La salud? ¿La propia
reputación? ¿Un amigo quizá? ¿La paz del espíritu? Es en éstos momentos
difíciles y llenos de obscuridad cuando hemos de poner los ojos en Abraham y en
Jesús. En ambos. Y ofrecer las cosas sin
abrir la boca. Habremos de dirigir con decisión el cuchillo hacia la víctima
que se nos pida en sacrificio, e inmolar
el hijo único, o el primogénito…si el deseo es, claro, llegar
a plenitud y ser padre de hijos incontables. A lo lejos entonces, en el
horizonte, aparecerá entonces el Tabor con la luz de Jesucristo transfigurado[5] ■
[1] El monte Moria está delante del monte Sion. Ambos
formaron la explanada del Templo de Jerusalén, convenientemente aplanado el
collado que había entre ambos. En una de las laderas del monte Moria está
también el Calvario (Gólgota), donde los Evangelios sitúan la crucifixión y
muerte de Jesucristo.
[2] Hijo de San Leónides (forma jónica, no la dórica
"Leónidas"), nació en Alejandría, y fue discípulo de Clemente de
Alejandría y de Ammonio Saccas. Orígenes enseñó el cristianismo a paganos y
cristianos. Viajó a Palestina en el año 216, tras ser invitado a enseñar sobre
las escrituras pues se caracterizaba por su gran erudición, llegando a ser un
gran exégeta. Nombrado profesor de catecúmenos y director de la escuela
teológica de Alejandría, disfrutó de un periodo de creatividad hasta su
enfrentamiento con el obispo local, Demetrio, que le llevó a exiliarse a
Cesarea de Palestina. La causa, según lo sabemos por Eusebio y Focio, de este
enfrentamiento fue la ordenación sacerdotal que Orígenes recibió en Cesarea, sin
conocimiento de Demetrio, por parte de Teoctisto de Cesarea y Alejandro de
Jerusalén. En el año 248 escribió su célebre Contra Celso.
[3]Cfr 1 Cor 15, 55.
[4] Poco importa que el Tabor sea anticipo de la Pascua o
lectura post-pascual, la transfiguración es una y espléndida, vista en dos
tiempos. Tensión o conjunción de los dos montes significativos: eso es la
Pascua
[5] En el universo de J. R. R. Tolkien, el célebre autor de El Señor de los Anillos, Moria eran las
más grandes minas construidas por los Enanos, también conocidas como Khazad-dûm, o la Mina del Enano.
Fue fundada por Durin I el Inmortal en los albores de la Primera Edad en
las cuevas que daban a Azanulbizar. Se encontraban en el centro de las Montañas
Nubladas, bajo los picos Caradhras, Monte Nuboso y Cuerno de Plata. Estuvo
bastante apartada de los demás reinos enanos durante la Primera Edad, pero como
consecuencia de la ruina de Belegost y Nogrod tras la Guerra de la Cólera,
muchos enanos emigraron a Moria, haciendo de ésta la mayor ciudad enana. Fue
una gran Mina que durante muchas Edades produjo inmensas riquezas, símbolo del
poderío enano en la Tierra Media, pero también causa de muchas desdichas y
pesares. Es precisamente en éstas minas que los protagonistas han de atravesar
para continuar su arduo camino.