XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Hay una historieta popular de la literatura rabínica que ha llegado hasta nosotros y que es muy similar a la parábola de éste domingo[1]. Me refiero a lo que se cuenta del publicano Bar Ma'jan, un hombre rico –en realidad nuevo-rico- que sentía la necesidad de alternar y quieren introducirse en, digamos, ciertos círculos sociales. Para conseguirlo, Bar Ma'jan se propuso dar una fiesta por todo lo alto e invitar a ella a los notables de la ciudad. Pero cuando todo estaba preparado, fallaron los invitados: uno a uno se excusaron a última hora, como si se hubieran puesto de acuerdo para dar plantar a Bar Ma'jan, éste, despechado, manda salir a sus criados para que inviten a todos los hambrientos y desharrapados del lugar. Y cuentan que se llenó la sala hasta el tope, que se cerraron las puertas y se celebró el banquete.

La intención –polémica desde luego- de la parábola es evidente: Los notables de Israel, sumos sacerdotes, senadores y fariseos, rechazan la invitación de Jesús a entrar en el Reino de Dios; pero Jesús predica el Evangelio a los pobres, a los marginados, a los publicanos y pecadores públicos, y se sienta a comer con ellos en una misma mesa. Cuando sacerdotes y senadores murmuran escandalizados de la conducta de Jesús, les hace entender que son como los primeros invitados que no quisieron acudir al banquete y por eso van a ser excluidos del banquete que Dios ha preparado en su Reino para los hombres.

El Reino de Dios es un banquete. He ahí la primera noticia, o mejor dicho la gran noticia: El Señor prepara para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. (...) El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros... En el horizonte de la vida, al fin de todos los caminos, hay una mesa que Dios ha preparado para todos los hombres: un banquete de bodas, una fiesta.

Desde pequeños estamos ya en camino para esa fiesta universal. Esto es lo que nos dicen los profetas, esto es lo que descubre Jesús en su parábola: Dios invita. Los cristianos debiéramos tener razones suficientes para vivir con alegría y aceptar agradecidos la existencia. ¡Y las tenemos! Pero la realidad es que quizá sólo tenemos razones secas que no hacen saltar el corazón, que no abren nuestras bocas para proclamar convincentemente lo que no debiera cabernos en el pecho: ¡Dios invita! ¡Un banquete de dioses para todos los hombres! ¡Hambrientos de todo el mundo, Dios invita!

Más allá de todas nuestras aspiraciones y reivindicaciones, más allá de cuanto pueda soñar la fantasía revolucionaria del más alocado idealista, Dios ha preparado un futuro sorprendente: ¡Dios invita a un banquete, a un banquete universal!

El sentido de la vida y de la historia es un banquete que nos espera. Si los cristianos vamos por el mundo con las caras largas, huraños, llenos de miedo y sin la alegría de vivir, es quizá porque nuestro cristianismo ha dejado de ser en nosotros la experiencia del amor de Dios y se ha refugiado medrosamente en el recuerdo de unas palabras y de unas normas estúpidas y vacías.

 Sin embargo, todo está ya a punto y el banquete se celebrará, con nosotros o sin nosotros. ¡No podemos dejar plantado a Dios! Es posible que también hoy, mientras la duda y la indecisión paralizan a algunos otros respondan al Evangelio y sean los segundos invitados de la parábola, venidos de todos los caminos del mundo y de la esperanza a poblar el futuro de Dios.

Hoy es la hora de responder, mañana las puertas se cerrarán y no probaremos bocado. (...). Vestirse con el traje de ceremonia: en expresión de san Pablo vestirse de justicia y santidad. Hace falta despojarse de todo egoísmo y estar dispuesto a caminar por el mundo con hambre de justicia, de verdadera justicia ■



[1] La literatura rabínica es el conjunto de obras, escritas generalmente en hebreo y arameo, que recoge las opiniones y comentarios de los rabinos más destacados. Dentro de la literatura rabínica hay dos corrientes principales: La halajá, de carácter normativo. La agadá, de carácter no normativo.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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