Las viejas y taciturnas gentes recibieron el don de las lenguas;
los oídos, que durante años habían estado casi sordos, se abrieron por una vez.
El tiempo mismo se había fundido en eternidad.
Mucho después de la media noche,
las ventanas de la casa resplandecían como el oro,
y doradas canciones se difundían en el aire invernal
■ El Festin de Babette.
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