XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Iniciamos este domingo en las lecturas del evangelio una extensa serie dedicada a la vida comunitaria[1]. Hoy, vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario la liturgia nos presenta la comunidad cristiana como lugar de corrección fraterna y de oración, el próximo domingo como lugar de perdón, y es muy significativo que a lo largo de éstas dos semanas en los evangelios aparezca constantemente la palabra hermanos, más aún si se tiene en cuenta que se trata de lo que los exegetas han llamado "el sermón sobre la Iglesia". El discurso proclama el espíritu que debe distinguir a los miembros en sus relaciones. Y, podríamos añadir, estas relaciones las sitúa el Señor como relaciones entre hermanos[2].

Es interesante también que ni el Señor mismo ni los evangelios han visto la Iglesia como lugar libre de conflictos y de ofensas personales. Ni la comunidad de clausura, ni el grupo apostólico, ni el equipo sacerdotal, ni la parroquia, ni la diócesis, ni grupo alguno se verá libre de esta dinámica universal: el otro –o los otros- con su modo distinto de ser, pensar o actuar, viene de algún modo a destruir mi yo, y se convierte de algún modo en mi enemigo (Y pido al lector que lea en la palabra "enemigo" toda la gama de variedades: desde el simple recelo hasta el odio cordial).

Este miedo al conflicto dificulta fuertemente en la Iglesia la corrección fraterna. Disfrazado de prudencia o de culto a la unidad, lo que realmente existe es miedo al conflicto porque nos cuesta mucho la reconciliación. Vamos a reconocerlo de una vez: todo miedo es paralizante y esterilizador; y en este caso se paraliza la salvación del hermano, y se pierde la posibilidad de la comunión y la fraternidad.

Es muy bueno y muy sano que la Iglesia no aparezca nunca libre e inmaculada de tensiones de grupo y de ofensas personales. ¿O es que acaso [la Iglesia] no está formada de hombres y mujeres que viven y se mueven y no van a rozarse?

El primer, digámoslo así, favor que Dios nos hace con nuestros pecados de división, es curarnos de orgullo e invitarnos a un corazón misericordioso con los que sufren el mismo mal en otros campos de la actividad humana. El segundo (favor) es abrirnos los ojos a la alegre noticia del perdón de los pecados. Lo triste sería una Iglesia sin respuesta original para sus propios conflictos y, por consiguiente, sin mensaje propio para anunciarlo como fermento salvador del mundo conflictivo.

En palabras del Cardenal de Lubac: "Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría. Para creer en Ti, tengo que creer en el amor y en la justicia; vale mil veces más creer en estas cosas que pronunciar Tu nombre. Fuera de ellas es imposible que te encuentre; y quienes las toman por guía están en el camino que lleva hasta Ti"[3].

El arma secreta, el invento divino, el descubrimiento evangélico es el perdón de los pecados. La reconciliación. El amor al enemigo. Invento divino, porque desde Dios viene y de su omnipotencia la recibimos.

El próximo domingo volveremos a oír algo similar. Quedan para hoy las ideas del texto de san Mateo: la corrección y el perdón en el tú a tú, en la vida diaria; el valor del pequeño grupo en este terreno; y la dimensión comunitaria del Sacramento de la Reconciliación, que ha de manifestar al mundo dónde está el secreto de que la comunidad permanezca unida a pesar de las fuerzas que quieren desunir, fuerzas que se generan en su interior. Nada de esto tiene su origen entre nosotros: es un Don que viene de lo alto: es el Amor hecho hombre, el Amor hecho Perdón ■



[1] Casi hasta final del año litúrgico, este año termina el 20 de Noviembre con la solemnidad de Cristo Rey
[2] Cfr. M. Flamarique Valedri, ESCRUTAD LAS ESCRITURAS, REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989, p. 143
[3] Jesuita francés, fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX. También influyó sobremanera en la teología del Concilio Vaticano II.
*La ilustración es el célebre "Crucifijo de Munich" que se conserva en The Courtlaud Institute of Art (Londres) 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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