El Evangelio es el libro de la vida del Señor. Y está concebido para ser el libro de nuestra vida. No está hecho para ser comprendido, sino para ser abordado como el umbral del misterio. No esta hecho para ser leído, sino para ser recibido en nosotros.
Cada una de sus palabras es espíritu y vida. Ágiles y libres, sólo esperan la avidez de nuestra alma para introducirse en ella. Vivas, son como la levadura inicial que atacará nuestra masa y la hará fermentar en un modo de vida nuevo. Las palabras de los libros humanos se comprenden y se sopesan.
Las palabras del Evangelio se sufren y se soportan.
Las palabras de los libros las asimilamos. Las palabras del Evangelio nos modelan, nos modifican, nos asimilan, por así decirlo, a ellas.
Las palabras del Evangelio son milagrosas. No nos transforman, porque no les pedimos que lo hagan. Pero en cada frase de Jesús, en cada uno de sus ejemplos, reside la fulminante virtud que sanaba, purificaba y resucitaba, a condición de comportarse con él como el paralítico o el centurión, de actuar de inmediato con absoluta obediencia ■ Madeleine Derbrel, La Alegría de creer.
(el texto completo puede leerse y descargarse aquí: http://sanroqueparroquia.files.wordpress.com/2011/01/delbrel-madeleine-la-alegria-de-creer.pdf
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