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Alúmbrame, Buen Jesús, con la claridad de la luz interior y quita de la habitación de mi corazón toda tiniebla. Cohibe las muchas divagaciones y destroza las tentaciones que me encadenan. Lucha con fuerza por mí y ahuyenta las malas bestias como llamo a los seductores deseos deshonestos; para que se haga la paz gracias a Ti y resuenen con abundancia las alabanzas en el santo palacio es decir, en la conciencia pura. Manda al viento y a las tempestades, y dile al mar: ¡Calla! y al ventarrón: ¡No soples! y se producirá una gran calma. (Mc4,39). Emite tu luz y tu verdad (Sal 43,3) para que brillen sobre la tierra porque está árida y vacía hasta que Tú la ilumines. Derrama tu gracia desde arriba, empapa mi corazón con el rocío del Cielo, distribuye el agua de la devoción para irrigar toda la tierra y que produzca frutos buenos y óptimos. Levanta el ánimo oprimido por la mole de los pecados orienta todo mi deseo hacia el Cielo para que saboreando la suavidad de la superior felicidad me cause fastidio pensar en lo terreno. Quítame y arráncame del transitorio consuelo de las criaturas porque ninguna cosa creada puede calmar y consolar mi deseo plenamente. Úneme a Ti con el vínculo inseparable del amor porque sólo Tú bastas al que te ama, y fuera de Tí todo carece de importancia T. Kempis, La Imitación de Cristo (puede leerse el texto íntegro en una muy buena traducción en: http://textosmonasticos.wordpress.com/la-imitacion-de-cristo

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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