V Domingo de Pascua (A)

Eugène Ionesco declaraba hace no mucho tiempo: “El mundo ha perdido su rumbo, no porque falten ideologías orientadoras, sino porque no conducen a ninguna parte. En la jaula de su planeta los hombres se mueven en círculo porque han olvidado que se puede mirar al cielo... Como solamente queremos vivir, se nos ha hecho imposible vivir. ¡Miren Vds. a su alrededor!”[1] Y el Arnold J. Toynbee confesaba: "Estoy convencido de que ni la ciencia ni la técnica pueden satisfacer las necesidades espirituales a las que todas las grandes religiones quieren atender. La ciencia no ha suplido nunca a la religión, y confío que no la suplirá nunca. ¿Cómo podemos llegar a una paz duradera y verdadera? Estoy seguro de que para la paz verdadera y permanente es condición imprescindible una revolución religiosa. Tengo para mí que ésta es la única clave para la paz. Hasta que lo consigamos, la supervivencia del género humano seguirá puesta en duda”[2].

Es decir, que en este mundo tan tecnificado y consumista, tan racional y seguro, quedan todavía por llenar las grandes cavernas del corazón humano donde habita la necesidad de la paz, de la bondad, del amor y la justicia, de la felicidad verdadera, aumenta sí, la ciencia y la racionalidad, la técnica y los bienes, las riquezas..., pero disminuye cada vez más el sentido y la felicidad de los hombres. La necesidad de Dios, de algo que esté más allá de los bienes y de las cosas, de los trabajos y del placer, sigue viva en el hombre del s. XX con idéntica o mayor fuerza que en el hombre primitivo e inculto de las cavernas.

Muchos ateos convencidos y militantes, no han logrado nunca sacudirse de encima el problema de Dios. Feuerbach y Nietzsche, quienes por la proclamación pública de su ateísmo se creyeron más liberados que nadie, permanecieron hasta el final de sus días anclados en el problema de la religión. La utopía que Marx anunciara de la total "extinción" de la religión tras el proceso revolucionario ha sido desmentida por la misma evolución de los estados socialistas.

La religión no es una ética, una moral, una teoría, una costumbre, un conjunto de ritos o prácticas religiosas, o de normas. Lo religioso es una dimensión del hombre. La religión es la dimensión de profundidad del hombre, ese último reducto donde se debaten las opciones profundas ante la vida y la existencia.

Todos nos preguntamos: ¿Por qué la vida? ¿Por qué la muerte? ¿Por qué el amor y el egoísmo, la paz y el odio, la calma y la violencia, el hambre, la injusticia, la opresión, el dolor, el tiempo, la enfermedad, la vejez, la soledad, la frustración...? ¿Por qué? Sin embargo, hace dos mil años, un hombre nació en un lugar oscuro de Palestina y murió a los 33 años clavado en una cruz. Se llamaba Jesús. Muchos han dicho que era un iluso o un impostor. Sin embargo, mil millones de hombres creemos en él. Creemos que fue un hombre nacido de mujer, pero creemos también que era Dios, el Hijo de Dios, que apareció entre nosotros suscitado por Dios para revelarnos su misterio, que es el nuestro. Murió, pero resucitó. Por eso, no sólo vivió, sino que sigue vivo, en un modo de existencia que nosotros también tendremos más allá de la muerte y de este cuerpo frágil. Muchos creemos en él porque en él hemos encontrado personalmente el Camino, la Verdad, la Vida[3]. En él hallamos una respuesta a las preguntas esenciales del hombre, que nos satisface más que cualquier otra respuesta balbuciente que se haya aventurado en la historia de todos los pueblos.

Millones de hombres preguntan. Jesucristo es la respuesta. Haberla hallado personalmente -y no otra cosa-, eso es ser cristiano. Transmitir esa noticia a todos los hombres -lejanos y cercanos- eso es la Misión. Y la Misión comienza por nosotros mismos, en la medida en que nuestra propia vida nos manifiesta que en Jesucristo hemos encontrado realmente la solución de nuestras preguntas y un sentido nuevo y gozoso para nuestra existencia ■


[1] Eugène Ionesco (en rumano Eugen Ionescu) 1909-1994), fue dramaturgo y escritor francés de origen rumano, elegido miembro de la Academia francesa el 22 de enero de 1970 y uno de los principales dramaturgos del teatro del absurdo.
[2] Historiador británico que escribió una ingente cantidad de obras. Su obra más reconocida e influyente es, sin duda, Estudio de la Historia (A Study of History, doce volúmenes escritos entre 1934 y 1961) donde describe y aplica su concepto de desarrollo de las civilizaciones, otra obra en la que también se aplica su concepto es en "La civilización puesta a prueba".
[3] Jn 14, 6.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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