No se apagó tu recuerdo
perdido en la sepultura,
no te fuiste sin retorno,
muerto, por la senda oscura.

El manto de muchos siglos
no ha velado tu figura,
el olvido de los hombres
no ha olvidado tu hermosura.

Eres con ojos eternos
vida y sol desde la altura;
tu rostro cubre la tierra,
es paz en la guerra dura.

Eres presencia y banquete,
amor que por siempre dura,
eres lo que el hombre ansía,
Jesús de mi raza pura.

Oh Viviente de los mundos,
métenos por la hendidura
de la casa de tu pecho,
cielo de tus criaturas.

Oh Cristo, Flor de la tierra,
rocío, gracia, ternura,
con cantos te bendecimos,
danos la gloria futura. Amén
R. M. Grández , capuchino. 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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