New-old-ideas


En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.[1]  
San Juan de la Cruz (1542-1591)



[1] Con el paso de los siglos, los cristianos habíamos olvidado nuestra riquísima tradición contemplativa. Desde Moisés hasta el evangelista san Juan, desde san Pablo hasta Santa Teresa, desde el Maestro Eckhart hasta Charles de Foucauld, el Judeo-cristianismo ha suscitado grandes místicos, que nutren su oración en la contemplación de la Palabra.Sí, Dios no sólo ha pronunciado su Palabra para crearnos, sino que también la envío a la tierra, para comunicársenos El mismo. Y en su Palabra hecha carne, logra unir, en la persona de Jesucristo, la naturaleza divina y la humana. Y esta conjunción maravillosa de lo humano y lo divino, es un símbolo de lo que buscamos por medio de la oración contemplativa.En efecto, la contemplación -especialmente cuando es infusa o mística- nos permite imitar a nivel ontológico a Jesucristo. Ya no intentamos repetir tal o cual rasgo de su comportamiento. Ni siquiera nos limitamos a identificarnos afectivamente con él.  Más bien, con la contemplación, que Dios nos regala gratuitamente, buscamos cambiar nuestro ser, mediante la unión más estrecha posible con el Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. De esa manera nos integramos, también al máximo, con la Comunidad de amor, de la que procede toda familia, los grupos, las sociedades y la humanidad entera. Mediante la contemplación nos acercamos al Dios que quiere salvar y santificara¡ hombre en grupo y formando un pueblo. Es así como tenemos probabilidades mayores de lograr el éxito en la imitación de Cristo. En especial, si nos proponemos crecer como personas en el seno de una comunidad. Más aún, si deseamos aprovechar la mediación de¡ grupo para unirnos con el Dios, que es una comunidad de tres Personas en la unidad del amor.Pero, aparte de que la contemplación y la dinámica de grupo se complementan mutuamente, conviene tener presente que, cada una por su lado, representan una riqueza enorme.Tal como hemos visto previamente, el grupo posee una capacidad terapéutica natural. Basta con mantener un clima de libertad y de comunicación abierta entre los participantes.Por otro lado, también la oración contemplativa se va demostrando -de acuerdo a las investigaciones contemporáneas-, no sólo terapéutica a nivel psicológico, sino también en la dimensión corporal de los seres humanos.Así pues, la conclusión de este ensayo la puede sacar el lector en el terreno de la praxis. Sólo practicando la oración contemplativa, en el seno de una comunidad, llegará a terminar el proceso interno que el Señor, mucho antes de que yo escribiera estas páginas, ha suscitado en el corazón de cada hombre a partir de su mismo nacimiento. Desde entonces nos invita a cada uno a aprender el contacto contemplativo con El y el compromiso amoroso con el prójimo.Y es seguro que hoy día, cuando su Iglesia va al núcleo de su misión con la nueva evangelización, intensifique esa invitación. Pues El sabe que necesitamos vivir y profundizar cada día más lo que predicamos. Sobre todo, si queremos evangelizar la cultura o culturas de nuestro tiempo 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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