Rociad, cielos puros, rociadme,
y guste el paladar vuestra dulzura,
sabor de Dios, purísimo misterio
cuando el Niño repose en una cuna.
Los besos de respuesta a Dios ofrezco,
mi aliento vivo, el alma que fulgura,
mi corazón latiente que se sale,
mi adoración amante que le busca.
Llovedme cielos míos y empapadme,
transidme en Trinidad la carne suya:
la carne mía que él ha arrebatado
el día en que bajó desde la altura.
Placer divino busco sin sosiego,
placer que no me dan las creaturas,
placer para mi cuerpo y mis sentidos
en tanto que camino en senda dura.
Llovedme, cielos míos del profeta,
mojad mi sed con gusto y con frescura,
traedme a Dios, traed al Todo Hombre,
traedme pronto al Dios de la Escritura.
Y guste el corazón jamás ahíto,
y el Dios del cielo dé divina hartura:
oh Dios Jesús, oh todo Dios conmigo,
mi dulce paladeo, mi dulzura. Amén ■
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
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