El Sagrado Corazón de Jesús
Tal vez lo más característico del Corazón de Jesús es su actitud de amorosa ofrenda al Padre, la disponibilidad de cumplir siempre aquella voluntad; una actitud de generosa entrega, de auto donación en amor a su Padre y a sus hermanos. Jesús es el Hombre para los demás. El del Señor es un corazón que muere a su propio querer, un corazón kenótico –anonadado- humilde, obediente, a la vez que valiente y amante.
Cuando san Pablo invita a los cristianos de Filipos a tener los mismos sentimientos de Cristo y luego desarrolla el bello himno cristológico[1] nos está invitando a todos los que formamos parte de la Iglesia a este tipo de identificación con Cristo: unir nuestra vida a la entrega amorosa entrega de Jesús.
La mejor expresión de su auto donación y el retrato máximo de su Corazón entregado lo encontramos en la imagen del costado abierto del Crucificado, del cual brotó sangre y agua[2]. Benedicto XVI lo ha dicho con meridiana claridad: «La contemplación del ‘costado traspasado por la lanza’, en la que resplandece la voluntad de salvación sin confines por parte de Dios, no puede ser considerada por tanto como una forma pasajera de culto o devoción: la adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del ‘corazón traspasado’ su expresión histórico-devocional, sigue siendo imprescindible para una relación viva con Dios»[3].
Jesús anticipó y expresó de manera inesperada esta entrega de su Corazón en los gestos y palabras de la Última Cena: Tomad, esto es mi cuerpo, (…) Esta es mi sangre de la Nueva Alianza que será derramada por muchos [4]. Aquella noche Jesús dejó instituido como signo y sacramento el impulso de amor permanente de su Corazón entregado por nosotros. Aceptaba, por amor, la dolorosa e injusta muerte que le era impuesta. Aceptaba dar la vida por los suyos, demostrando el amor más grande.
El Señor constantemente nos está invitando –a través de la Sagrada Escritura, de la liturgia y de la personal conversación que tiene con cada uno de nosotros- a asociar nuestro corazón al suyo, haciendo nuestro su querer y su sentir. Entregar la vida diaria y ofrecer sinceramente las actividades –grandes o sencillas- por el Reino es vivir la espiritualidad eucarística: por Cristo, con Él y en Él.
Los pobres, los pecadores, los enfermos, los niños, los marginados, todos encontraron refugio y consuelo en el cariño y la bondad de Jesús que pasó haciendo el bien[5]. Jesús fue el rostro visible y amable de Dios para los abatidos y los desesperanzados, que recibieron acogida, comprensión, aliento. Del amor abundante de ese Corazón los humildes recibieron dignidad y vida nueva[6].
En la devoción al Sagrado Corazón de Jesús encontramos, pues un Corazón. Es Amor gratuito, incondicional, sin marginaciones[7]; un Amor sin medida[8]; un Amor de amistad[9]; un Amor valiente, que no teme enemistarse con los poderosos[10]; un Amor tierno, que abraza a los niños[11], un Amor misericordioso[12], un amor que corre a darnos su perdón[13] y que al mismo tiempo es paciente y humilde[14]. Un amor desafiante, que invita a seguirlo[15]; un amor que, en fin, se ofrece a los que nadie amaba[16]. Este es el amor ardiente e incontenible que está en el Corazón de Jesús, el corazón más humano de todos, por ser también divino.
En este Corazón queremos hacer nuestra morada. Él suple con su infinita misericordia nuestras limitaciones e incoherencias. A Él nos acogemos con la confianza de no ser rechazados, porque su amor sana nuestras miserias. Entendemos así y nos hacemos cargo de las palabras de Juan Pablo II al P. Kolvenbach, superior de la Compañía de Jesús, en Paray -le –Monial hace algunos años: «Padre, es urgente que el mundo sepa que el Cristianismo es la religión del amor».
La piedad clásica del Sagrado Corazón de Jesús invita a una oración de reparación ante los ultrajes que sufre un Corazón que tanto ha amado a la humanidad y que no recibe más que desprecios e indiferencia, un Corazón triste por la ingratitud del mundo:
“He aquí este Corazón que tanto amó a los hombres hasta consumirse para testimoniarles su amor. Y como reconocimiento sólo recibe de la mayoría ingratitudes, por las irreverencias y sacrilegios, y por la frialdad y desprecio que tienen conmigo en este Sacramento de amor. Y lo que me duele más es que son corazones a mi consagrados que también proceden de esta manera”[17]
Este lenguaje quejumbroso y sentimentalista puede hoy chocar nuestra sensibilidad moderna, pero nos da luces para entender mejor la verdadera humanidad de Jesús y tomar conciencia de una dimensión que nos resulta sorprendente: Jesús, al igual que nosotros, necesita cariño. Jesucristo, aunque perfecto Dios, fue hombre como nosotros, lo cual significa que era como cada uno de nosotros en sus sentimientos, penas y alegrías; en sus necesidades de afecto. El hecho de ser también Dios no le resta nada a su verdadera humanidad. Le gusta que lo quieran, tal como nos ocurre a todos nosotros, y le duele el rechazo. Esto es simplemente un corolario de la Encarnación. Viene a la memoria el grito de San Francisco de Asís recorriendo Umbría: ¡El Amor no es amado!.
La humanidad de Jesús deseosa de ser querida no es anulada por la resurrección, a orillas del lago de Tiberíades el Resucitado le reclama a Pedro su amor: Simón, ¿me amas?[18]. El Amor pide ser amado, incluso en su actual estado glorioso.
No sería fiel a la realidad del Corazón de Jesús quedarnos sólo con su tristeza por el amor rechazado. ¡Él es ante todo un Corazón feliz! Feliz con sus hijos e hijas, feliz de que estemos con él, feliz cuando ve nuestras luchas honestas por ser más fieles y mejores apóstoles. Feliz con la sonrisa de los niños y el amor de una mamá. Está contento cuando a los pobres (muchas veces nosotros mismos) se les anuncia el Evangelio. El Señor se goza con nosotros y le gusta querernos, nos alienta en los esfuerzos pastorales y se alegra con nuestros logros (que en realidad son de Él).
El Corazón misericordioso de Jesús siente especial predilección y compasión por aquellos que la sociedad olvida y desprecia, los humildes y pequeños. Como el corazón de una mamá, Dios desea dar más cuidado a los más desvalidos.
Lejos de un sentimentalismo auto referente, la verdadera tristeza del Corazón de Jesús es entonces el dolor de todos los no amados de la historia, de los tristes por su soledad y miseria, de los perdedores y abandonados. En ellos Jesús sigue sufriendo y para ellos Jesús pide amor y justicia, que es la reparación que más le interesa[19].
Aliviamos y reparamos su corazón afligido cuando socorremos al hermano pobre y desamparado, cuando atendemos al necesitado, cuando hacemos justicia. «De este modo –y esta es la verdadera reparación exigida por el Corazón del Salvador – sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del Corazón de Cristo»[20].
A este tipo de amor nos llama la espiritualidad del Corazón de Jesús, porque así nos ama él. Amar entregando la vida como él la entregó. Amar con gratuidad, sin esperar nada a cambio. Amarlo a él porque a su corazón humano le gusta que lo quieran. Amar como él amó, amar a quienes él amó ■
[1] 2,5-11.
[2] Jn 19,34
[3] Carta del 15 de mayo de 2006
[4] Mc 14, 22.24
[5] Cfr Hch 10,38
[6] “Dado que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida en la cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros: ‘tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna’. (Jn 3,16)” (Benedicto XVI, carta del 15 de mayo de 2006)
[7] Mt 5,44
[8] Jn 15,9
[9] Jn 15,11-17
[10] Mc 3,1-6
[11] Mc 10,13-16
[12] Jn 8,11
[13] Lc 15,11-32
[14] Mt 11,29
[15] Mc 10,21
[16] Lc 7,36-50
[17] Palabras de Jesús a Santa Margarita María en junio de 1675.
[18] Jn 21,15
[19] El ayuno que me agrada es que suelten las prisiones injustas (Is 58).
[20] Benedicto XVI citando a Juan Pablo II, carta del 15 de mayo de 2006.
Ninth Sunday in Ordinary Time
Our Gospel today details the commission of the Apostles, who were given the authority of Christ Himself to teach, sanctify and govern the Church which He founded on the person of His Vicar, Peter, and the first Pope. This sending of the Twelve is the response of the pity which moves the heart of God for us: at the sight of the crowds, the heart of Jesus was moved with pity[2].
Divine compassion is one of authentic love. We sing in the Psalm: His mercy endures forever and we implore God for pity, a love of tender mercy, as we experience our sinfulness. The heart of our heavenly Father is filled with love and tender compassion for us, the crowds of humanity, as he sees us weary with sin, sometimes even to despair. In all of the sacraments of the Church He extends his most generous graces upon his, particularly to forgive us of the.
We express our piety –a gift of the Holy Spirit- by doing the will of the Father as we celebrate the sacramental life through which his gracious mercies are superabundantly bestowed. In baptism we are birthed by God, in Communion fed, in Confirmation sealed with the Spirit, and in Confession restored to life again after the death of sin. It is out of infinite love and pity for weak and sinful humanity that Christ empowers and sends forth the Apostles to both preach the Word of truth and make present the reign of God through the graces of the seven sacraments.
The divine love of Christ is evident in the fact that he holds nothing back from the Church, His Body. He gives His very self, particularly His Body and Blood in the Eucharist, so that we may have nothing less than His very own life, His holiness, His presence.
In every Eucharistic Sacrifice we perfectly express and fulfill the virtue of piety. The Mass is our thanks to our heavenly Father perfect offered in Jesus our Savior through the indwelling Spirit of God’s love. In every Mass we perfectly fulfill our duty to render gratitude through the virtue of piety.
God’s pity is thus met love for love by our piety. Knowing this truth cannot fail to fill our hearts once again with loving thanks. We pity, with God, those among us particularly weighed down by life’s cares and illness ■
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.
¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!
¡Oh Luz de nuestras almas!
¡Oh Rey de las victorias!
¡Oh Vida de la vida
y Amor de todo amor!
¡A ti, Señor cantamos,
oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos,
oh Cristo Redentor!
¿Quién como tú, Dios nuestro?
Tú reinas y tu imperas;
aquí te siente el alma;
la falta te adora aquí.
¡Señor de los ejércitos,
bendice tus banderas!
¡Amor de los que triunfan,
condúcelos a ti! Amén ■
Solemnidad del Corpus Christi
Al momento de llevar a cabo el milagro, Jesús tenía delante una multitud sin alimentos, un lugar desierto y unos discípulos con unos medios realmente insignificantes, sin embargo la orden del Señor es terminante: Dadles vosotros de comer.[3]
Dos mil años después, en unas condiciones no demasiado distintas, el mandato del Señor no ha pasado de moda, ni se ha hecho viejo. Nosotros, católicos, hemos de echar la mano para saciar el hambre que el mundo tiene: hambre de pan, de felicidad, de Dios, de paz, de justicia.
Durante aquella multiplicación el Señor transformó la total escasez en absoluta superabundancia, y lo mismo desea hacer hoy, si lo dejamos. Comenzando por nuestros corazones –con sus debilidades, limitaciones y estrecheces– Jesús quiere hacerse Pan para que lo comamos, para entrar en nuestros corazones y transformarlos.
La Eucaristía es el alimento de los débiles y hambrientos. Supone ciertas condiciones, pero también las va creando en nosotros. Si pudiésemos ver lo que ocurre en el alma de una persona cuando comulga, posiblemente moriríamos de alegría. Por eso es bueno preguntarnos de vez en cuando ¿cómo es que tantas veces soy tan frío e indiferente frente al Señor en la Eucaristía? ¿Cómo es posible que me de lo mismo ir o no a Misa, comulgar o no hacerlo; visitar al Señor unos minutos al pasar por una Iglesia o pasar de largo? ¿No será que tengo poca fe en el milagro más grande del mundo, en el gesto de amor más increíble de la historia, en la realidad tan grande y profunda que Dios me muestra y me ofrece compartir? Por otro lado, ¿cómo es que si comparto un mismo Pan, que me hace parte de un solo cuerpo, no me sienta más responsable de los que me rodean?
La Solemnidad del Corpus Christi es un día de inmensa alegría y acción de gracias: porque en la Eucaristía descubrimos a Cristo que quiere quedarse con nosotros para siempre, para alimentarnos, para fortalecernos, para que nunca nos sintamos solos. El Señor se nos da en cada Misa, y se queda con nosotros en cada sagrario del mundo, y en el sagrario viviente que debe ser el corazón de cada uno de nosotros. Ésta debe ser la fuente más profunda e íntima de nuestra alegría. Esta es la fuente de la santidad, nuestra vocación. Este es el motor, silencioso y efectivo, que transforma nuestro corazón y la historia de los hombres.
A un mundo que se muere de tristeza, que está realmente hambriento de felicidad, y que al mismo tiempo está en un desierto, plagado de espejismos de falsa alegría, nosotros hemos de decirle que la verdadera alegría es cristiana, y que la santidad cristiana comienza y terminará siempre en la Eucaristía.
Hoy la Iglesia rompe el silencio misterioso que rodea a la Eucaristía y le tributa un triunfo que sobrepasa el muro de las parroquias para invadir las calles de las ciudades e infundir en toda comunidad humana el sentido y la alegría de la presencia de Jesucristo, silencioso y vivo acompañante del hombre peregrino por los caminos del tiempo y de la tierra. Y esto nos llena el corazón de una paz que nada ni nadie nos podrá arrebatar jamás.
Acudamos hoy a la Virgen Santísima y pidámosle sencillamente que nos ayude a comprender de verdad y para siempre que la Eucaristía es el Pan que alimenta y alienta, el único Vino que nos alegra el corazón, un Abrazo de Padre tierno, el Consuelo del Espíritu, y la Esperanza que no defrauda ■
[1] Cfr Mt 14, 13-21; Mc 6, 35-44; Lc 9, 11-17; Jn 6, 1-15.
[2] Homilía preparada para la Solemnidad del Corpus Christi 2008, en la Parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[3] Mc 6, 35-44.
Ilustración: Tintoretto, La Multiplicacion de los panes (1579-81), óleo sobre tela, 523 x 460 cm, Scuola Grande di San Rocco (Venezia).
GODHEAD HERE IN HIDING
Godhead here in hiding, whom I do adore,
Masked by these bare shadows, shape and nothing more,
See, Lord, at Thy service low lies here a heart
Lost, all lost in wonder at the God thou art.
Seeing, touching, tasting are in thee deceived:
How says trusty hearing? that shall be believed;
What God's Son has told me, take for truth I do;
Truth Himself speaks truly or there's nothing true.
On the cross Thy godhead made no sign to men,
Here Thy very manhood steals from human ken:
Both are my confession, both are my belief,
And I pray the prayer of the dying thief.
I am not like Thomas, wounds I cannot see,
But can plainly call thee Lord and God as he;
Let me to a deeper faith daily nearer move,
Daily make me harder hope and dearer love.
O thou our reminder of Christ crucified,
Living Bread, the life of us for whom he died,
Lend this life to me then: feed and feast my mind,
There be thou the sweetness man was meant to find.
Bring the tender tale true of the Pelican;
Bathe me, Jesu Lord, in what Thy bosom ran
Blood whereof a single drop has power to win
All the world forgiveness of its world of sin.
Jesu, whom I look at shrouded here below,
I beseech thee send me what I thirst for so,
Some day to gaze on thee face to face in light
And be blest for ever with Thy glory's sight. Amen ■
The Solemnity of the Body and Blood of Christ
The Body of Christ. We have heard the priest, deacon or Eucharistic Minister say that to us ever since we first started receiving communion. But what exactly does it mean? It means more than flesh and blood, bones and sinews, veins and arteries. After all, when the Son of God, the Second Person of the Blessed Trinity, became flesh, but he didn’t simply become five to six feet of sheer matter, organic chemicals. He became a person. He was like us in all things but sin, as the Fourth Eucharistic Prayer proclaims[2].
When Jesus walked the roads of Palestine, he was not a Middle Eastern robot, triggered by a remote control located in heaven. Jesus was a real human being. He learned by experience how to shape an idea, how to talk in Aramaic. He learned by living when anger was justified and when it was not justified. He wept over the Holy City Jerusalem that had become anything but holy[3]. He wept over the death of his friend, Lazarus[4]. He knew what it was like to become hungry and tired, to be called a madman by his relatives, to have no place to rest his head[5]. And when he died, he did not pass away serenely with caring relatives praying as he drifted off into heaven. He died in agony, one so terrible that the mere thought of it changed his sweat to blood the night before.
Simply enough, when we say the Body of Christ, we mean a human being, intelligent, sensitive emotional and loving. When we say the Body of Christ, we mean someone so like us that for at least thirty years his own townspeople saw nothing special about him. That body came out of a mother’s body, grew in wisdom and years, preached his Father’s word and died on the cross, all for one reason. Never in his thirty-three years of life was there ever a moment when he could not have declared, This Body is given for you.[6]
That is what the Incarnation of the Son of God, Christmas, is about. Jesus’ body and his blood are given for you, and given for me. But why? St. Paul says the answer is easy: “He loved me and gave himself up for me.” He loves you and gives himself up for you. He loved us so much that he was willing to be born as we are born, grow as we grow, die as we will die, although with a far greater agony than we would ever wish on anyone. Jesus loves us so much when he left us, he left his risen body with us under the appearance of bread and wine. This is the body that we celebrate today, the sacrament of the Body and Blood of the Lord, Jesus Christ, hidden indeed but remarkably real, for in the Eucharist we receive the Lord, body and blood, soul and divinity.
The Body and Blood are given for us. He is there and will be there till there is no more time in the world. But why? Pope Pius XII, the Pope of the 1940's and 50's put it this way: When we receive worthily, we are what we receive. We are transformed into Christ.
This is the love that we cannot fathom, “his body is given up for us, from Bethlehem to Calvary, from a stable to a cross, his body is for us. Even now, in high heaven or in a host, his body is for us.
The mission of the Christian, the reason for our being, yours and mine, is to make the presence of Christ a reality to the world. We cannot do this on our own. Life is too complicated. We are too complicated. Ipods and X games, computers of every shape and size, cell phones that have removed peace from our lives, cars and bars, we are hostages to the society we have created. We run around with no time. How can we bring the Gospel, the Good News, to the world? The Good News can only flow through us when we become the one we are proclaiming. That is why he gave his body and blood for us. We are transformed into Christ because the world needs its Savior.
We have got to fight against the spiritual laziness that relegates the Eucharist to a sacramental, as though taking communion is on the same level as making the sign of the cross with Holy Water. We have to prepare to receive the Lord, not just in the prayers we say moments before Mass but in the life we lead the week before Mass. We have to celebrate the Presence within us, not just in the pews after communion but in the way we treat others, with the Kindness of the Lord.
We have to be mystics in a concrete world, for we have received the mystical to sanctify the world. May the Eucharistic Gift, the Body and Blood of Christ, continue to feed us and lead us at all time ■
[1] Sunday 25th May, 2008, Solemnity of Body and Blood of Christ, also St Bede the Venerable and St Gregory VII; St Mary Magdalene de Pazzi. Readings: Deuteronomy 8:2-3, 14-16. Praise the Lord, Jerusalem—Ps 147:12-15, 19-20. 1 Corinthians 10:16-17. John 6:51-58.
[2] Cfr Gaudium et Spes n. 22
[3] Lk 19: 41-44.
[4] Jo 11: 1-44.
[5] M8 8: 18-20.
[6] Lk 22: 19.
venimos, Madre, a verte, a darte nuestro amor.
Siguiendo tu camino hallamos a Jesús.
Entre nosotros, Madre, todo lo hiciste tú.
Madre, tus hijos vienen cantando alegres una canción,
buscando en tu sonrisa, en tu regazo, su protección.
Ponen entre tus manos cual rosa ardiente su corazón.
Te dicen que te aman, que siempre, siempre, tus hijos son.
Lleno de confianza acudo Madre a ti,
pues sé que en mis peligros velando estás por mí.
Cual hijo que te ama procuraré vivir,
y en tu regazo, Madre, quisiera yo morir ■
María, Espejo de las virgenes
Aunque Madre del Señor, aspiraba, sin embargo, a aprender los preceptos del Señor; Ella, que había dado a luz a Dios, deseaba, sin embargo, conocer a Dios.
Es el modelo de la virginidad. La vida de María debe ser, en efecto, un ejemplo para todos. Si amamos al autor, apreciamos también la obra; y que todas las que aspiran a sus privilegios imiten su ejemplo. ¡Qué de virtudes resplandecen en una sola Virgen! Asilo de la pureza, estandarte de la fe, modelo de la devoción, doncella en la casa, ayuda del sacerdocio, Madre en el templo.
A cuántas vírgenes irá a buscar para tomarlas en sus brazos y conducirlas al Señor, diciendo: «He aquí la que ha custodiado mí Hijo, la que ha guardado una pureza inmaculada.» Y del mismo modo el Señor las confiará al Padre, repitiendo las palabras que amaba: «Padre santo, he aquí las que Yo te he guardado. Pero ya que no han vencido por sí mismas, no deben salvarse solas, puedan rescatar, la una a sus padres, la otra a sus hermanos. Padre justo, el mundo no me ha conocido, pero ellas me han conocido, y ellas no han querido conocer el mundo.»
¡Qué cortejo, cuántos aplausos de alegría entre los ángeles! Ella ha merecido habitar en el cielo, la que ha vivido en el mundo una vida celeste. Entonces, María, tomando el tamboril, conducirá a los corazones de las vírgenes, que cantarán al Señor y darán gracias por haber atravesado el mar del mundo sin zozobrar en sus remolinos. Entonces todas saltarán de alegría y dirán: «Entraré en el altar de mi Dios, del Dios que es la alegría de mi juventud. Yo inmolo a Dios un sacrificio de alabanza, y ofrezco mis dones al Altísimo.»
Y yo no dudo que delante de vosotras se abrirán plenamente los altares de Dios. Respecto a vosotras, yo me atrevería a decir que vuestras almas son altares donde cada día, para la redención del Cuerpo místico, Cristo es inmolado. Pues si el cuerpo de la Virgen es el templo de Dios, ¿qué decir del alma, puesta al descubierto por la mano del Sacerdote eterno, que retira las cenizas del cuerpo y deja de manifiesto el fuego divino? Bienaventuradas vírgenes, perfumadas por el perfume inmortal de la gracia, como los jardines por las flores, los templos por el culto divino, y los altares por el sacerdote ■
[1] Tomado de De Virginibus, escrito por San Ambrosio alrededor del 377 y dedicado a su hermana Marcelina, religiosa en Roma. Administrador y político en 374 y a pesar de que no era más que catecúmeno, Ambrosio fue elevado del gobierno civil de Milán a la sede episcopal. Ambrosio –contemplativo y agudo psicólogo-. se introdujo en la escuela de los Padres griegos para iniciarse en la doctrina cristiana. Tiene acentos profundos y muy dulces y altas miras místicas, muy originales entre los occidentales de su tiempo. Los fragmentos que forman éste texto señalan dos caminos por los que el alma cristiana progresa en el conocimiento de María: la experiencia de la vida cristiana, y la meditación realista del Evangelio. El autor muestra cómo la vida -en este texto la práctica de la virginidad- da una visión de las realidades espirituales, gracias a lo cual se percibe lo que representan algunas frases del Evangelio. Hace un un hermoso retrato moral de María y se comienza a penetrar en su interior.
Ilustración: Juan Tinoco, Virgen Inmaculada, Óleo sobre tela, 87 X 66 cms, Finales del Siglo XVII.
The Most Holy Trinity
But this Awesome God, is also and Awesome Lover. St. John tells us how God sent his Son to save the world from the evil that the world had turned to. Our Lord is sent not just to the world in general, but to each of us so that we might be saved through him.
The Power of Love, the Power that binds us as One is itself the very Spirit of God. The Unity that we enjoy, the power of God that we possess, is the Presence of God acting in our lives, the Presence of the Holy Spirit.
My brothers and sisters, we belong to this Awesome God, this Awesome Love, this Awesome Presence. We are baptized in the Name of the Father, Son and Holy Spirit. God’s life dwells within us. God dwells within us.
We carry God in the fragile vessel of our humanity. We seek his Presence and Love and Power and pray to Him within us and all around us. He is Ours and we are His. This is the Gift of the Almighty to each of us, a gift that should not be trivialized with concepts of Force, but a gift that should be treasured with reverence and respect. With love.
How beautiful it is to be alive to God! How sad it is when we forget His presence, and how devastating it is when we lose His Presence.
The celebration of the Most Holy Trinity is a celebration of the Dignity we have received by being admitted into Mystery. The Mystery is God. His Power and Love and Presence are greater than our minds’ capabilities. He possesses Us, and we possess Him, not for ourselves, but to continue His Presence in the world.
[1] 18th May, 2008, Trinity Sunday. St John I. Readings: Exodus 34:4-6, 8-9. Glory and praise for ever!—Daniel 2:52-56. 2 Corinthians 13:11-13. John 3:16-18.
La Blanca Paloma
Dios te salve María manantial de dulzura a tus pies noche y día te venimos a rezar.
mentes tuorum visita
Imple superna gratia
quae tu creasti pectora.
Donum Dei Altissimi,
fons vivus, ignis, caritas,
et spiritalis unctio.
dextrae Dei tu digitus;
tu rite promissum Patris,
sermone ditans guttura.
infunde amorem cordibus,
infirma nostri corporis,
virtute firmans perpeti.
pacemque duces protinus,
ductore sic te praevio,
vitemus omne noxium.
noscamus atque Filium,
te utriusque Spiritum
credamus omni tempore.
Sancto simul Paraclito:
nobisque mittat Filius
charisma Sancti Spiritus
Amen ■
Domingo de Pentecostés
Con alguna sonrisa observamos la malicia del ciego de nacimiento[4], la astucia del mayordomo infiel[5] y la acrobacia de Zaqueo arriba del sicómoro[6]. Todo ello viene del Encargado de la Alegría, es decir, de ese Espíritu inteligente, sutil, móvil, lúcido, penetrante, que todo lo puede y a todo está atento[7]: el Espíritu Santo, cuya fiesta celebramos el día de hoy[8].
Nosotros, cristianos, podemos, con el buen humor, prepararle el camino al Espíritu para que nos regale Su gozo y Su alegría.
Por ejemplo, seremos más felices si no nos tomamos demasiado en serio; si dejamos pasar la agresión, si tomamos distancia de nosotros mismos y nos reímos de nuestros propios errores. El Espíritu entonces podrá actuar y cada uno veremos evaporarse la indignación que, al final, no sirve para nada.
Si alguien destruye algo que es especialmente querido –material o espiritual- si alguien nos arrebata aquello a lo que creíamos tener derecho; si en alguna forma tratan de humillarnos, hemos de aprovechar ese momento privilegiado para acercarnos a la alegría.
¡Qué bueno que de vez en cuando en la convivencia con los demás nos quiten la aureola, o tal o cual comodidad, e incluso quedemos un poco en ridículo! El ridículo es sano, cuando nos lo tomamos con buen humor, porque nos ayuda a no darnos demasiada importancia.
No hace muchos días vimos al Maestro de rodillas lavando los pies sus discípulos, pero se nos olvida con facilidad[9]. Hemos de volver la mirada hacia Él, manso y humilde de corazón[10].
El humor que tiene su raíz en uno mismo se llama humildad. Es un humor que nos sana; que sana al hermano hermano, que sana el ambiente. Cuando nos digan: ¡estás equivocado! ó ¡qué mal lo has hecho!, ó incluso ¡no sirves para nada!, ¿tendremos la capacidad de reírnos y de decir: tienen toda la razón?. Y si lo que dicen no es verdadero, es todavía más divertido: ellos están equivocados y por lo tanto no hay lugar para la amargura.
Necesitamos, todos, una buena dosis de humor para aceptarnos cuando todo se oscurece. Es en esos momentos cuando debemos quedarnos quietos, en silencio, como adivinando que ahí en la oscuridad se esconde el Señor. Y entonces podremos pensar como Juan a la orilla del mar de Galilea: es el Señor[11].
Si en alguna cosa muy concreta habíamos puesto todo de nuestra parte y viene el fracaso, hemos de reírnos, porque esa risa será una forma de aceptar la Voluntad de Dios.
La sonrisa es lo que sube, como el incienso, hasta el trono del Altísimo, el cual apenas podrá contener un ataque de risa, diciendo: “¡Y éste iba a evangelizar el mundo entero!”.
El Espíritu Santo es viento juguetón que atraviesa historias y continentes, no dejando nada en su sitio, nada estático. Todo lo echa a andar para que avance y se encamine hacia adelante convergiendo hacia el gran Banquete. Si cultivamos el humor del Espíritu tendremos una alegre fiesta de Pentecostés. De la sala del Banquete ya nos llegan algunas risas. Son anunciadoras de la Alegría que no tiene fin ■
[1] Cfr Num 22, 28.
[2] Cfr Jon 4, 6.
[3] Cfr Gen 18, 13.
[4] Cfr Mc 10, 46-52.
[5] Cfr Lc 16, 1-16.
[6] Cfr Ídem 19, 1-10.
[7] Sabiduría 7,22
[8] Homilía pronunciada el 11.V.2008, Solemnidad de Pentecostés, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[9] Cfr Juan 13, 1-15
[10] Cfr Mt 11, 28-30.
[11] Y puedes decirle: Otra vez Te callas y Te ocultas, pero a mí no me engañas. Deja de jugar a las escondidas, o si quieres, sigue jugando. Yo me quedaré esperando, soñando, sonriendo, sabiendo que Tú estás siempre conmigo.
The Hague; from a "Biblia Pauperum" (Bible of the Poor), (manuscript "Den Haag, MMW, 10 A 15")
Pentecost Sunday
Pluralism is not an exception in the Church, it is the norm. As an example of pluralism consider the type of experiences that we had right here in the United States. There are Hispanic Catholics, Black Catholics, and White Catholics, Asian Catholics, Byzantine Catholics, etc. Issues affecting women as women, men as men, youth, children, the sick, and the elderly are all discussed regularly. The very word Catholic means universal[2].
All of us together are formed by the Holy Spirit in the one Body of Christ. We have to get away from the thought that someone or some group is rather an exception than a norm in the Church. There is no one normal group in the Body of Christ. We are all united by the Holy Spirit to make up this Body. All partake of the heart of the Body's existence.
So also in our parish. There are hundreds of people who are part of the ministries of our parish. Some are talented teachers, some are musically talented, some visit the sick and homebound, some welcome inquirers, some work with our young people, some serve in a liturgical position. I could go on and on. None of these ministers are on the border of the parish. All make up the heart of the parish because we are all united by the Holy Spirit.
As Catholics we don't just put up with each other's differences, we value each other's differences as a unique manifestation of the Holy Spirit without which our faith body would be incomplete.
Yet the Holy Spirit unites all different viewpoints to make the Body of Christ complete. Therefore, it would be as wrong for me to impose my individual perceptions on others, as it would be for others to demand that I see things through their eyes. The message that comes clear to us at Pentecost is that we must respect each other's differences. We have all been gifted with unique manifestations of the Spirit. The Church is stronger for our letting the Spirit live in our lives. Without the Holy Spirit we would be a disorganized mob. With the Holy Spirit we are the Body of Christ.
On Pentecost Sunday, the Church was born. The Holy Spirit united different people into the one Body of Christ. We, the members of the Body of Christ, benefit from our differences one from the other. May we allow the Holy Spirit to flow through our lives so that our respect for each other's uniqueness might itself draw more people to become members of His Body ■
[1] Sunday 11th May, 2008, Pentecost Sunday. Readings: Acts 2:1-11. Lord, send out your Spirit and renew the face of the earth—Ps 103(104):1, 24, 29-31, 34. 1 Corinthians 12:3-7, 12-13. John 20:19-23.
[2] Catholic is an adjective derived from the Greek adjective 'καθολικός / katholikos', meaning "general; universal.
Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.
laus deo virginique matris