Domingo de Pentecostés

No es casualidad que el Espíritu Santo haya inspirado en la Sagrada Escritura más de un episodio divertido. Y es que es Él –el Espíritu Santo- es el responsable de pasajes como el de la burra exasperada que le habla a Balaam[1], el de Jonás –bastante enojado por cierto- por el árbol que se le secó[2]; o el de Sara, muerta de risa al oír que va a ser madre siendo tan vieja[3].

Con alguna sonrisa observamos la malicia del ciego de nacimiento[4], la astucia del mayordomo infiel[5] y la acrobacia de Zaqueo arriba del sicómoro[6]. Todo ello viene del Encargado de la Alegría, es decir, de ese Espíritu inteligente, sutil, móvil, lúcido, penetrante, que todo lo puede y a todo está atento[7]: el Espíritu Santo, cuya fiesta celebramos el día de hoy[8].

Nosotros, cristianos, podemos, con el buen humor, prepararle el camino al Espíritu para que nos regale Su gozo y Su alegría.

Por ejemplo, seremos más felices si no nos tomamos demasiado en serio; si dejamos pasar la agresión, si tomamos distancia de nosotros mismos y nos reímos de nuestros propios errores. El Espíritu entonces podrá actuar y cada uno veremos evaporarse la indignación que, al final, no sirve para nada.

Si alguien destruye algo que es especialmente querido –material o espiritual- si alguien nos arrebata aquello a lo que creíamos tener derecho; si en alguna forma tratan de humillarnos, hemos de aprovechar ese momento privilegiado para acercarnos a la alegría.

¡Qué bueno que de vez en cuando en la convivencia con los demás nos quiten la aureola, o tal o cual comodidad, e incluso quedemos un poco en ridículo! El ridículo es sano, cuando nos lo tomamos con buen humor, porque nos ayuda a no darnos demasiada importancia.

No hace muchos días vimos al Maestro de rodillas lavando los pies sus discípulos, pero se nos olvida con facilidad[9]. Hemos de volver la mirada hacia Él, manso y humilde de corazón[10].

El humor que tiene su raíz en uno mismo se llama humildad. Es un humor que nos sana; que sana al hermano hermano, que sana el ambiente. Cuando nos digan: ¡estás equivocado! ó ¡qué mal lo has hecho!, ó incluso ¡no sirves para nada!, ¿tendremos la capacidad de reírnos y de decir: tienen toda la razón?. Y si lo que dicen no es verdadero, es todavía más divertido: ellos están equivocados y por lo tanto no hay lugar para la amargura.

Necesitamos, todos, una buena dosis de humor para aceptarnos cuando todo se oscurece. Es en esos momentos cuando debemos quedarnos quietos, en silencio, como adivinando que ahí en la oscuridad se esconde el Señor. Y entonces podremos pensar como Juan a la orilla del mar de Galilea: es el Señor[11].

Si en alguna cosa muy concreta habíamos puesto todo de nuestra parte y viene el fracaso, hemos de reírnos, porque esa risa será una forma de aceptar la Voluntad de Dios.

La sonrisa es lo que sube, como el incienso, hasta el trono del Altísimo, el cual apenas podrá contener un ataque de risa, diciendo: “¡Y éste iba a evangelizar el mundo entero!”.

El Espíritu Santo es viento juguetón que atraviesa historias y continentes, no dejando nada en su sitio, nada estático. Todo lo echa a andar para que avance y se encamine hacia adelante convergiendo hacia el gran Banquete. Si cultivamos el humor del Espíritu tendremos una alegre fiesta de Pentecostés. De la sala del Banquete ya nos llegan algunas risas. Son anunciadoras de la Alegría que no tiene fin ■

[1] Cfr Num 22, 28.
[2] Cfr Jon 4, 6.
[3] Cfr Gen 18, 13.
[4] Cfr Mc 10, 46-52.
[5] Cfr Lc 16, 1-16.
[6] Cfr Ídem 19, 1-10.
[7] Sabiduría 7,22
[8] Homilía pronunciada el 11.V.2008, Solemnidad de Pentecostés, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[9] Cfr Juan 13, 1-15
[10] Cfr Mt 11, 28-30.
[11] Y puedes decirle: Otra vez Te callas y Te ocultas, pero a mí no me engañas. Deja de jugar a las escondidas, o si quieres, sigue jugando. Yo me quedaré esperando, soñando, sonriendo, sabiendo que Tú estás siempre conmigo.

Ilustración: Hesdin of Amiens, Pentecostés (1450-55), Iluminación, Museum Meermanno Westreenianum,
The Hague; from a "Biblia Pauperum" (Bible of the Poor), (manuscript "Den Haag, MMW, 10 A 15")

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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