Las tres miradas de Jesús


I

Fue la primera mirada
de una inmensa complacencia.
¡Felicidades, muchacho,
valiente, sigue la senda!
Rumores del corazón,
vienen de fuente sincera,
Dios es silencio que habla
cuando se escucha de veras.
Cumpliste los mandamientos,
que son alianza perfecta,
si no hay amor superior,
entonces ¿por qué te inquietas?
Pero un divino susurro,
por dentro tu anhelo orea,
son las ansias del Espíritu
que no entiende la cabeza.
Pero es si quieres…, si quieres,
que Dios a nadie le fuerza.


II

Fue la segunda mirada
de nostálgica tristeza:
¡qué difícil que los ricos
las cosas del reino entiendan…!;
¡qué despótica y cruel
es la aparente riqueza!;
¡qué difícil que un camello
se haga pequeño en la tierra,
y por ojo de una aguja,
cabeza y joroba meta!
¡Cómo endiosan los dineros
y toda la vida enredan!
Miraba Jesús en torno
al decir esta advertencia,
con los ojos empañados
por su misteriosa ciencia.


III

Fue la tercera mirada
fulgurante como estrella.
Dios sí lo puede, hijos míos,
sí lo puede con su fuerza,
que el Evangelio es la gracia
de la divina potencia.
Pues nosotros lo dejamos,
- dijo Pedro con firmeza -,
todo, por ti fascinados:
familia, casa y hacienda…
Y entonces Jesús nos dio
una muy suave certeza:
su amor del ciento por uno
y luego la vida eterna…
Jesús de fidelidad,
¡gracias por esta promesa!


P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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