Hijo mío, cuanto a mí, ya ninguna cosa me da
gusto en esta vida. No sé lo que hago aún aquí, ni por qué aún acá estoy,
desvanecidas ya las esperanzas de este mundo. Por un solo motivo deseaba
prolongar un poco más la vida: verte católico antes de morir. Dios me concedió
esta gracia de manera abundante, pues veo que ya desprecias la felicidad
terrena para servir al Señor. ¿Qué hago pues aquí?" (San Agustin, Confesiones,
IX-11). Era la despedida de este mundo de aquella madre ejemplar. Cinco días
después, la acometió una fiebre que la llevaría a la muerte. Totalmente
desapegada de todo y feliz por ver a su familia entera dentro de la Iglesia que
tanto amaba, Mónica expresó así su último deseo a sus hijos: "Enterrad
este cuerpo en cualquier parte y no os preocupéis con él. Sólo os pido que me
recordéis ante el altar del Señor, donde quiera que estéis" (Confesiones” IX-11) •
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