Pastor que con tus silbos
amorosos
me despertaste del profundo
sueño,
Tú que hiciste cayado de ese
leño,
en que tiendes los brazos
poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y
dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies
hermosos.
Oye, pastor, pues por amores
mueres,
no te espante el rigor de mis
pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me
esperes,
si estás para esperar los pies
clavados?
■ Lope de Vega
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