Las apariencias. A pesar de
cuanto exteriormente pueda agobiarnos, la vida profunda se cumple en nuestro
interior. Solo ahí. En un instante todo puede comenzar, como una aurora, renovándose por
gracia de Dios. Volvamos incesantemente a casa, a nuestro claustro interior
-que nadie puede demoler- a ese santuario vivo, que no es otra cosa que la
Morada de Dios ■ Ermitaño urbano
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