V Domingo del Tiempo Ordinario (B)

En el evangelio de éste domingo vemos al Señor totalmente  entregado a su tarea evangelizadora, sin embargo san Marcos deja bien anotado que temprano por la mañana se retiraba a orar. El Señor hace esto con frecuencia, el evangelista menciona varias veces la oración de Jesús[1].

Orar en Jesús, como lo encontramos en los Evangelios, es una actitud, habitual, como predicar o respirar. Algo necesario y ordinario, y ver a Jesús que se retira a orar es la mejor incitación a la oración. Comprender algo la vida de Jesús, su actitud ante Dios, las cosas y los hombres, es una llamada a la oración. La oración en Jesús es como una necesidad y como un clima que envuelve su vida y su tarea. Todo. Además, el algo que el Señor hacía sin llamar demasiado la atención. Se retiraba a orar al monte o al despoblado. Al amanecer o por la noche. Buscaba en todo momento el encuentro con Dios Padre en el silencio.

No sabemos si Jesús recitaba largas o complejas oraciones, da la impresión pues les dice a los apóstoles que no son necesarias muchas palabras[2]. Ni en el Evangelio se encuentra un tratado de oración. Jesús simplemente ora. Insiste a los suyos en la conveniencia de la oración, pero sólo cuando uno de los que le siguen le pide que les enseñe a orar, Jesús lo hace con el Padrenuestro, que es el mejor y más perfecto resumen de la oración cristiana[3]. Con ser algo tan importante y esencial la oración en la vida de Jesús, siempre se manifiesta con una sobriedad impresionante.

Para el Señor la vida y la historia no se entiende sin Dios, Dios que es un Padre. Este es el trasfondo de la oración de Jesús. La oración del cristiano no es –no debe ser- una pose ni una actitud meramente intelectual, o un deseo de imitar a un maestro o guía espiritual, sino un modo de ser y de vivir. De aquí que quien tenga la misma actitud de Jesús ante la vida, siente la necesidad de orar ¡Esta es la clave de la oración de Jesús! Después vendrá el cómo, que en realidad nunca puede ser una técnica a aprender, o una receta, sino más bien un modo de vivir: una actitud ante la vida.

La oración del Señor va estrechamente unida a su misión. Jesús ora en los momentos decisivos de su vida. Se retira al desierto antes de empezar la vida pública, dedica una noche entera a la oración antes de elegir a los apóstoles[4], antes de la pregunta decisiva a los discípulos[5], en la transfiguración[6], ante su Pasión[7]. Hay quien ha afirmado la oración de Jesús era algo así como una farsa porque, como era Dios, no necesitaba ver las cosas claras ni fuerza para afrontarlas, y que lo hacía únicamente para darnos ejemplo. No es así. Jesús, perfecto Dios, es también perfecto hombre, y necesitaba la oración como se puede ver en todas las páginas del Evangelio. En menos palabras, y como decía L. Evely:  «Jesús necesitaba calmarse, apaciguarse, consultarse en su intimidad para encontrar allí la proximidad de su Padre, el sentido verdadero de su misión, su indulgencia para con los hombres, su fe en su fuerza de redención. Y luego volvía a los suyos renovado, luminoso y sereno»[8] ¿nos sucederá lo mismo todos los días si dedicamos unos minutos al silencio y al encuentro con Aquel que sabemos que nos ama?[9]


[1] Cfr. 4, 46 y antes del relato de la Pasión.
[2] Cfr. Mt 6, 5-13
[3] Mt 6, 9-13;  Lc 11, 1-4.
[4] Cfr. Lc 6, 12
[5] Id., 9, 18
[6] Id., 9, 28-29
[7] Id., 22, 39-46
[8] Cfr. Dabar 1979, n. 14.
[9] «La oración no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Santa Teresa de Jesús). 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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