El Reino de los Cielos se parece
a un campo devastado, a una tierra baldía, cubierta por completo por tupida
cizaña. Pero mientras todos dormían vino Alguien y sembró a un solo grano de
trigo en medio del vasto zarzal y se fue. Cuando creció más y más el yuyal,
también creció en su más oscuro y ahogado centro ese blanco puro y único tallo
de trigo. Los operarios del mal fueron entonces a ver al Malo y le dijeron:
Señor, ¿no habías garantizado una tierra por completo baldía? ¿Cómo es que hay
ahora un doradísimo trigo, cargado de abundantes granos, hondeando grácilmente
en medio del plano matorral de maleza? Y él respondió: ¡esto lo ha hecho mi
enemigo! ¿Quieres que acabemos con Él, que lo arranquemos? –sugirieron con
practicidad los peones del mal-. Al cabo, no es más que un solo tallo. ¡No! –apuró el Malo-. Porque al
sacudir la espiga de trigo, ésta esparcirá sus cuantiosos granos y diseminará
de trigo todo el baldío. Déjenlo allí, solo. Tal vez, si nadie lo provoca, se
le pudra el fruto en la espiga y nunca termine ni resembrado ni triturado por
el molino, y no haya harina, ni haya pan ni haya vida. Pero ellos no resistieron y lo
arrancaron de cuajo y con burlas y desprecio lo pasearon por todo el baldío
como un trofeo de guerra. Y lo echaron al fuego. Y el Trigo se hizo zarza y
ardió en los bajos de la gehena. Y amaneció el tercer día. Y la
oscura tierra baldía, conoció el oro, titilando por doquier entre medio del
vasto cizañar. La sangre del Trigo había sido simiente de un inmenso trigal ■ Parábola
espejada, Diego de Jesús, Invierno 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario