Hay una sola cosa importante por
sobre todas: el retorno al Padre. El Hijo vino al mundo y murió por nosotros,
resucitó y subió al Padre; nos envió su Espíritu para que en El y con El
podamos volver al Padre. Para que podamos salir limpiamente de en medio de todo
lo transitorio e inconcluso: volver a lo Inmenso, lo Primordial, a la Fuente,
al Desconocido, a Aquel que ama y sabe, al Silencioso, al Misericordioso, al
Sagrado, a Aquel que lo es todo. Buscar
algo, preocuparse de algo que no sea esto es sólo locura y enfermedad, pues ese
es el entero significado y el núcleo de toda existencia, y en eso toman su
justa significación todos los asuntos de la vida, todas las necesidades del
mundo y de los hombres. Todos apuntan a ese gran regreso a la Fuente. Todas las metas que no sean definitivas, todos
los términos de la línea que podemos ver y planear como ‘términos’ son
sencillamente absurdos porque ni siquiera empiezan. El ‘retorno’ es el fin más
allá de todos los fines y el comienzo de los comienzos. El ‘regreso al Padre’ no es ‘retroceder’
en el tiempo, ni enrollar el rollo de la historia, ni volver del revés nada. Es
ir adelante, ir más allá, pues volver sobre los propios pasos sería una
vanidad, una repetición del mismo absurdo, al revés. Nuestro destino es ir más
allá de todo, dejarlo todo, apremiar adelante, hacia el Fin, y hallar en el Fin
nuestro Comienzo. El Comienzo siempre nuevo que no tiene fin ■ T. Merton
No hay comentarios:
Publicar un comentario