Es el Espíritu quien
conduce a la Iglesia a un nuevo desierto. La Cuaresma que iniciamos el
miércoles pasado es la gran invitación a dejarnos conducir al desierto para que
Dios nos pueda hablar calmada y amorosamente. Como Iglesia, como Pueblo de Dios
caminamos hacia la Pascua, para renovar nuestra fe un año más pero también para
renovarnos a nosotros mismos. Se ha
cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios, dice el Señor en evangelio.
Debemos saber aprovechar este tiempo escuchando con atención, pero ¿cómo
escucharemos si no hay silencio en nuestro corazón? Es necesario apartarnos del
ruido cotidiano para oír mejor la llamada del Señor a cambiar, a renovarnos, a
revivir la gracia de nuestro bautismo, a morir y resucitar con Él. Esta es la
experiencia del desierto, de reflexión, de ayuno, de caridad y de oración que
se nos vuelve a proponer, para poder celebrar la Pascua de verdad. Esto es la
Cuaresma.
Soy
consciente de que cuesta creer en la posibilidad de cambiar. Parece difícil. O incluso
imposible. Quizá ya lo hemos intentado otras veces sin mucho resultado, pero
¡Fiémonos de Dios! Para Él nada es imposible, Él no quiebra la caña resquebrajada ni apaga la mecha que aún humea[1].
Dejémonos conducir hacia el desierto por el Dios de las promesas, para tomar
concienciar del mal que hemos hecho y Él será quien vencerá el mal en nosotros,
ayudándonos a responder decididamente a su llamada de conversión.
Este
domingo es un buen momento para pedir la gracia ¡el milagro! de darnos cuenta
más claramente de todo lo que nos aleja de Dios y del prójimo. Vamos a pedir que
tengamos suficiente luz en nuestro entendimiento para darnos cuenta del
desorden general que puede haber en nosotros, y arrepintiéndonos vivamos según
los criterios del Evangelio, y no con los criterios del mundo que nos presenta
la abundancia material como sinónimo de éxito y la sensualidad como la auténtica felicidad. Esta es la gracia
más grande que la Cuaresma debe producir en todos los cristianos, que sepamos
preguntarnos: “¿Quiero escuchar la voz del Señor, dejar que su amor informe mi
vida; deseo acoger su Reino, y creer de verdad?”
Hoy
podemos empezar a luchar contra ésos ídolos que sólo nos conducen hacia la
muerte. Toda cosa, persona o ideología que ocupe el lugar de Dios, que arrastre
al hombre al vacío y rompa la comunión y el amor es un ídolo. Y éstos días
–estos domingos- son el tiempo ideal reconocer los ídolos que pueda haber en
nuestra vida. Escuchemos atentamente el evangelio del cada domingo, no fueron
elegidos aleatoriamente. Los textos que escucharemos por cinco semanas no son
otra cosa que la buena noticia de Jesús, que será Buena Noticia para nosotros
en la medida que lo acojamos humildemente en nuestra existencia personal y en
nuestra convivencia con los hermanos, y así podemos experimentar que su
presencia nos hace más humanos, más libres, más capaces de amar, de vivir y de
crear. Realicémoslo ya ahora en esta Eucaristía que celebramos esta mañana[2]
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