Los Magos contemplaron en los brazos maternos
al SumoHacedor del hombre.
Sabiendo que era el Señor,
aunque bajo
la
apariencia de siervo,
premurosos le ofrecieron sus dones,
diciendo a la Madre bienaventurada:
Ave, oh Madre del Astro perenne,
Ave, aurora del místico día,
Ave, las fraguas de errores Tú apagas,
Ave, conduces con tu brillo a Dios.
Ave, al odioso tirano arrojaste del trono,
Ave, Tú a Cristo nos das, clemente Señor,
Ave, rescate Tú eres de ritos nefandos,
Ave, Tú eres quien salvas del cieno opresor.
Ave, Tú el culto del fuego destruyes,
Ave, Tú extingues la llama del vicio,
Ave, Tú enseñas la ciencia al creyente,
Ave, Tú gozo de todas las gentes.
¡Ave, Virgen y Esposa!
Estrofa del himno Akathistos, el himno mariano más famoso del Oriente
cristiano,
compuesto en griego a finales del siglo V es de autor
desconocido.
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