Contemplemos en silencio ese árbol, ese roble maravilloso que está delante,
en nuestro camino. El día es radiante, pleno de luz, de sol. Y el cielo, azul
intenso, nos convida, nos seduce y atrae nuestra mirada... Robles, araucarias,
algunos pinos se levantan hacia el cielo y lo señalan con vigor, siempre en
silencio. Pero esas ramas, esas hojas, no tocan el cielo. Apenas llegan a una
altura que alegra nuestros sentidos. ¿Por qué las ramas no alcanzan el cielo?
Es curioso que nos detengamos a observar y a meditar acerca de ello. Y seguimos
interrogándonos... ¿por qué no llegan al cielo? La respuesta surge inmediata y silenciosa: son
las raíces las que ya están en el cielo. Esta es la paradoja que tanto nos
enseña en nuestra vida. Este es el secreto que cada uno lleva y que no se
resuelve con textos, repeticiones, ni "distracciones" ni, desde luego, "reuniones"... Como la fuente y el origen virginal se alcanzan en
el corazón, en la hondura, en el silencio primero... No en la especulación vana
ni en consideraciones infinitas, no girando como satélites locos alrededor de esferas
de cartón o de papel… En el Principio... Quien quiere entender, que entienda...
■ Ermitaño urbano
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