En un antiguo artículo de la escritora estadounidense Pearl S Buck, en el que
hablaba sobre la vida y la muerte, citaba la carta que le escribió una mujer
desconocida que había perdido a su marido: «Cuando mis pequeños no pudieron
comprender el silencio de su padre, recientemente fallecido y que les quería
mucho, traté de explicárselo describiéndoles el ciclo vital de su caballito de
mar. Comienza como un gusano en el mar; pero, en el momento justo, emerge, y
cuando se da cuenta de que tiene alas, vuela. Supongo –les dije- que los que se
quedan en el agua se preguntan dónde se ha ido y por qué no vuelve. No puede
volver porque tiene alas, ni los que se quedaron pueden volar junto a él porque
todavía no las tienen». Y termina diciendo: «Es cierto; aún no tenemos alas,
pero llegará un día»[1].
La historia es sin duda bonita, pero ¿es real? ¿Es verdad
que «aún no tenemos alas» pero que llegará un día en que todos nos volvamos a
reunir de nuevo? Hay un texto del libro del Apocalipsis en el que se presenta
también simbólicamente lo que es la vida que nos espera detrás de la muerte y
que quizá pueda hacernos comprender mejor: ha pasado este primer cielo y esta
primera tierra con sus angustias y sus tristezas –también con sus amores, con
sus alegrías y sus ilusiones-, y con la muerte pasamos a ese cielo nuevo y esa
nueva tierra, donde ya no habrá llanto ni luto ni lágrimas ni dolor, porque el
primer mundo habrá pasado, donde Dios habrá
dicho al corazón del que ha muerto: Yo
soy tu Dios y tú eres mi hijo, y donde, sobre todo, la sed de felicidad y de
perpetuidad que está grabada en la entraña del ser humano encontrará finalmente
descanso, porque los sedientos beberán de
balde de la fuente de agua viva…
Toda la liturgia de éste día dedicado a recordar a los
difuntos nos invita a detenernos y reflexionar un momento en el hecho de que el
amor de Dios es más fuerte que la misma muerte; que el destino de los que ya se
macharon –el destino de sus amores, de sus luchas, de sus alegrías y de sus
tristezas- no fue la muerte definitiva, sino la vida eterna, y que desde este
mundo es posible decir, con una fe humilde pero esperanzada aquello tan
entrañable del libro sagrado: Dichosos
los muertos que mueren en el Señor porque sus obras les acompañan[2].
Al final de nuestra vida, al final de nuestras búsquedas,
de nuestros deseos de ver, estará, brillante el rostro de Dios[3].
Escribía hace poco mi buen amigo Suso: «Al morir Manuela
algo de mí, que ya era ella, se fue. Y algo de mí, resucitó en ella. Algo de ella
que todavía es yo, se quedó. Algo de ella espera a mi resurrección». Es la
palabra de fe y de esperanza que hoy podemos pronunciar. Sí: aún no tenemos alas,
pero llegará el día en que vuestros ojos verán finalmente al amigo, al esposo,
al padre, a la amiga que se han marchado, ellos están allá, y allá nos esperan,
nos esperan en ese lugar donde es realidad
aquello tan entrañable que ya decimos en el memento
de difuntos de la celebración eucarística:
«Y a nuestros
hermanos difuntos
y a cuantos
murieron en tu amistad
recíbelos en tu
reino,
donde esperamos
gozar todos juntos
de la plenitud
eterna de tu gloria;
allí enjugarás las
lágrimas de nuestros ojos,
porque, al
contemplarte como tú eres, Dios nuestro,
seremos para
siempre semejantes a ti
y cantaremos
eternamente tus alabanzas»[4]
■
[1] Pearl Sydenstricker Buck (June
26, 1892 – March 6, 1973), also known by her Chinese name Sai Zhenzhu was an
American writer and novelist. As the daughter of missionaries, Buck spent most
of her life before 1934 in China. Her novel The
Good Earth was the best-selling fiction book in the U.S. in 1931 and 1932
and won the Pulitzer Prize in 1932. In 1938, she was awarded the Nobel Prize in
Literature "for her rich and truly epic descriptions of peasant life in
China and for her biographical masterpieces." After her return to the
United States in 1935, she continued her prolific writing career, and became a
prominent advocate of the rights of women and minority groups, and wrote widely
on Asian cultures, becoming particularly well known for her efforts on behalf
of Asian and mixed race adoption.
[2]
Apoc 14,13.
[3] J.
Gafo, Dios a la vista. Homilías ciclo C., Madrid 1994, p. 408 ss.
[4] Misal Romano, Plegaria Eucarística III.
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