El amor a Dios es la más profunda realización de las capacidades
implantadas por Dios en la naturaleza humana, destinadas a unirse con Él mismo.
Al amarle, descubrimos, no sólo el íntimo significado de verdades que, de otra
forma, nunca hubiéramos podido entender, sino que, además, encontramos en Él
nuestra verdadera identidad. La caridad que despierta en nuestros corazones el
Espíritu de Cristo, actuando en las profundidades de nuestro ser, nos hace
empezar a ser las personas que, en los designios inescrutables de su
Providencia, Él dispuso que fuéramos. Movidos por la Gracia de Cristo,
empezamos a descubrir y a conocer a Cristo como un amigo conoce a su amigo: por
la interior simpatía y el entendimiento que sólo la amistad puede otorgar. Este
amoroso conocimiento de Dios es uno de los más importantes frutos de la
comunión eucarística con Dios en Cristo ■ Thomas Merton, El Pan Vivo, 54.
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