La noche después del Domingo de Ramos de 1212, Clara huyó de su casa y se
encaminó a la Porciúncula; allí la aguardaban los frailes menores con antorchas
encendidas. Habiendo entrado en la capilla, se arrodilló ante la imagen del
Cristo de san Damián y ratificó su renuncia al mundo «por amor hacia el
santísimo y amadísimo Niño envuelto en pañales y recostado sobre el pesebre». Cambió
sus relumbrantes vestiduras por un sayal tosco, semejante al de los frailes y un
nudoso cordón, y cuando Francisco cortó su rubio cabello entró a formar parte
de la Orden de los Hermanos Menores. Clara prometió obedecer a san Francisco en
todo. Luego, fue trasladada al convento de las benedictinas de San Pablo. Cuando
sus familiares descubrieron su huida y paradero fueron a buscarla al convento.
Tras la negativa rotunda de Clara a regresar a su casa, se trasladó a la
iglesia de San Ángel de Panzo, donde residían unas mujeres piadosas, que
llevaban vida de penitentes. San Francisco escribió poco después la norma de
vida para las hermanas y, por medio del Santo, obtuvieron del papa Inocencio
III la confirmación de esta regla en 1215. Ese año, por orden expresa de
Francisco, aceptó Clara el título de abadesa de San Damián ■
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