Qué grande es tu fe, mujer,
que en tu pecho Dios sembró,
y cuánto me gozo yo
de verla así florecer!

Don para todas las gentes
es la fe que Dios regala,
y a toda nación iguala
haciendo hijos creyentes.
Y una mujer se adelanta,
primicia de las naciones,
que el amor tiene razones
y halla voz en la garganta.

Tienes, razón, mi Señor,
si quieres no hacerme caso,
mas no pido pan ni vaso,
indigna de tanto honor.
Yo pido solo migajas
que se echan a los perritos,
pido tus ojos benditos,
que me mires, si te abajas.

¡Qué palabras cual saeta
que llega a mi corazón!:
soy tu banquete, dispón
y queda de Dios repleta.
Llégate a mi intimidad,
que pronto la has percibido,
y no salgas de este nido,
que es tu casa de verdad.

Y la fe la hizo feliz
y vio cumplido el deseo;
yo contemplo y saboreo
y quiero ser su aprendiz.
Sin retorno en ti confío,
Jesús, por ser tú quien eres,
tú colmas todos los seres,
cólmame el anhelo mío. Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.


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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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