Qué grande es tu fe, mujer,
que en tu pecho Dios sembró,
y cuánto me gozo yo
de verla así florecer!
Don para todas las gentes
es la fe que Dios regala,
y a toda nación iguala
haciendo hijos creyentes.
Y una mujer se adelanta,
primicia de las naciones,
que el amor tiene razones
y halla voz en la garganta.
Tienes, razón, mi Señor,
si quieres no hacerme caso,
mas no pido pan ni vaso,
indigna de tanto honor.
Yo pido solo migajas
que se echan a los perritos,
pido tus ojos benditos,
que me mires, si te abajas.
¡Qué palabras cual saeta
que llega a mi corazón!:
soy tu banquete, dispón
y queda de Dios repleta.
Llégate a mi intimidad,
que pronto la has percibido,
y no salgas de este nido,
que es tu casa de verdad.
Y la fe la hizo feliz
y vio cumplido el deseo;
yo contemplo y saboreo
y quiero ser su aprendiz.
Sin retorno en ti confío,
Jesús, por ser tú quien eres,
tú colmas todos los seres,
cólmame el anhelo mío. Amén
■ P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
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