Estamos tan obsesionados con hacer, que ya no nos queda ni tiempo ni
imaginación para ser. Por consiguiente, el valer de las personas no se mide por
lo que son, sino por lo que hacen o por lo que tienen, por su utilidad. Y, cuando a una persona se le reduce a su
función, se la coloca en un estado servil y enajenado. La persona existe,
entonces, para otra persona o, peor todavía, para otra cosa... Nuestra misma
diversión tiene una finalidad y se justifica no por ser gratuita, simplemente
una celebración, sino por su utilidad. Nos hace sentir mejor, por lo mismo nos
ayuda a funcionar mejor y a seguir adelante con la vida ¿Por qué no somos
felices? Por nuestro servilismo. Toda la celebración queda sin sentido, vacía
de contenido porque es útil. Todavía no hemos redescubierto la utilidad
principal de lo inútil. De esta pérdida de todo sentido del ser de toda
capacidad para vivir por vivir... viene la terrible y frustrada inquietud de
nuestro mundo obsesionado por el hacer ■ T. Merton
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