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Estamos tan obsesionados con hacer, que ya no nos queda ni tiempo ni imaginación para ser. Por consiguiente, el valer de las personas no se mide por lo que son, sino por lo que hacen o por lo que tienen, por su utilidad. Y,  cuando a una persona se le reduce a su función, se la coloca en un estado servil y enajenado. La persona existe, entonces, para otra persona o, peor todavía, para otra cosa... Nuestra misma diversión tiene una finalidad y se justifica no por ser gratuita, simplemente una celebración, sino por su utilidad. Nos hace sentir mejor, por lo mismo nos ayuda a funcionar mejor y a seguir adelante con la vida ¿Por qué no somos felices? Por nuestro servilismo. Toda la celebración queda sin sentido, vacía de contenido porque es útil. Todavía no hemos redescubierto la utilidad principal de lo inútil. De esta pérdida de todo sentido del ser de toda capacidad para vivir por vivir... viene la terrible y frustrada inquietud de nuestro mundo obsesionado por el hacer T. Merton

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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