a Pedro en cruz clavado
y a Pablo, cuya voz cortó la
espada,
testigos de Jesús crucificado.
La gran ciudad, ágora del orbe,
sintió los nuevos pasos;
¿por qué vuestro poder temió el
Imperio,
si no fue más poder que el ser
cristianos?
Dichosa Roma, cuya inmensa gloria
te dieron Pedro y Pablo;
exulta ahora, exulta coronada,
y canta los sepulcros de tus
santos.
Oh Madre Iglesia, Madre de
naciones,
contigo nos gozamos
por un doctor, discípulo de
Cristo
y un simple pescador que fue
llamado.
Oh santa Madre y virgen
incorrupta
que sigues engendrando,
en ti reside Cristo, en ti se
muestra,
y en Pedro a ti las llaves se te
han dado.
¡Honor y bendición a Jesucristo,
el Hijo confesado,
honor al Gran Pastor de nuestras
almas
que a Pedro dio su voz y su
cayado! Amén ■
P. Rufino Mª Grández, ofmcap, Jerusalén,
29 junio 1986.
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