Dentro de poco vamos a
celebrar la solemnidad de la Ascensión y pocos días después Pentecostés. Este
domingo la liturgia nos invita a prepararnos. Al
recordarnos Jesús que el mundo no es capaz de verle a él, ni tampoco al
Espíritu que el Padre nos enviará, nos está previniendo sobre algo importante.
En el mundo y ambientes en que vivimos se da hoy una perspectiva, digamos, profana
de la persona de Jesús. Para cada vez más personas Jesús es un personaje como otro
cualquiera en la historia, importante, sí, o interesante, pero uno más, a la
altura de cualquier otro líder religioso. Para nosotros, cristianos, católicos,
Jesús además de ser un hombre histórico, es también Dios, es la segunda persona
de la Santísima Trinidad y por ello en él encontramos el fundamento de nuestra
fe, y con él sabemos dar razones de nuestra esperanza[1].
Y
junto con Jesús, la Iglesia, Mater et Magistra,
Madre y Maestra[2]. Caemos
¡tantas veces! En la tentación de verla con una mirada puramente de mundo.
Constituida por todos nosotros, pecadores, es lógico que sea limitada, y se
parezca demasiado a instituciones terrenas, sin embargo se hace necesario reforzar
nuestra actitud hacia ella pues sabemos que está guiada por el Espíritu.
Creemos en la Iglesia no por la prudencia de quienes la dirigen, sino porque
creemos en el Espíritu que continúa asistiéndola[3].
Además –son palabras de Papa Francisco- «el aporte de la Iglesia es enorme. Nuestro
dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia y
por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por
amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales,
o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más
pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o
cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en
ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese
inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre»[4].
Pero esto no basta. Quedarnos solamente con ésta parte también nos haría daño.
No podemos ni debemos obsesionarnos con la pura apariencia de la Iglesia. Esto
se evita –es nuevamente Papa Francisco quien nos avisa- «poniendo a la Iglesia
en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a
los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o
pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro
del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos,
escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el
Evangelio!»[5]
Con
el relato del libro de los Hechos que escuchamos en la primera de las lecturas
comprendemos que Jesús vive y está en la comunidad. Hoy nos preguntamos ¿Somos
comunidad? ¿Qué es lo que tenemos en común? ¿Nos sentimos unidos en la fe, en
la esperanza y en el amor? ¿Estamos disponibles para trabajar por nuestra
comunidad y por la Iglesia, o tenemos tantas obligaciones que no nos queda
tiempo para convivir y compartir con los hermanos de la parroquia? El Señor vive
y está en los pobres y en los enfermos: ¿Los atendemos? ¿Nos olvidamos de ellos
o les sacamos la vuelta?
Esta
sociedad difícilmente puede entender o aceptar una vida animada -¡vivificada!- por
el Espíritu. Pero es este Espíritu a cuya fiesta nos preparamos es el que
defiende al creyente y le hace caminar hacia la verdad, liberándose de la
mentira social, la farsa de nuestra convivencia y la intolerancia de nuestros
egoísmos diarios. Alguien decía que el cristiano es un soldado sometido a la
ley cristiana. Es más exacto decir que el cristiano es un «artista». Un hombre
que bajo el impulso creador y gozoso del Espíritu aprende el arte de vivir con
Dios y para Dios [6] ■
[1]
Cfr. 1 Pe 3, 15-18.
[2]
Por cierto, Mater et magistra (latín:
'Madre y Maestra') es una carta encíclica del Papa Juan XXIII que fue
promulgada el 15 de mayo de 1961. Trata sobre el reciente desarrollo de la
cuestión social a la luz de la Doctrina Cristiana y presenta a la Iglesia como
Madre y Maestra, de allí su nombre en latín Mater
et Magistra. Fue anunciada el día anterior ante miles de personas en un
discurso dirigido "a todos los trabajadores del mundo".
[3]
R. Malla, Misa Dominical 198, n. 11.
[4]
Papa Francisco, exhortación apostólica Evangelii
Gaudium, n. 76. El texto completo puede leerse aquí: http://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf
[5]
Id., n. 97.
[6]
J. A. Pagola, Buenas Noticias,
Navarra 1985, p. 57 ss.
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