Hoy hay un gran silencio en la tierra. Un
gran silencio y soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra se ha
estremecido y se ha quedado inmóvil porque Dios se ha dormido en la carne y ha
resucitado a los que dormían desde hace siglos. Dios ha muerto en la carne y ha
despertado a los del abismo»[1].
El Sábado Santo la Iglesia permanece en
completo silencio, contemplando la tumba del Señor. No decimos nada. No
celebramos nada. Estamos inundados de silencio. Una parte de nosotros mira a la
noche de la muerte. La otra intuye lentamente la alborada. De hecho, nuestra
vida entera es una especie de Sábado Santo. Nos habitan los recuerdos de todas
las muertes que anticipan la nuestra. Nos reclaman todas las primaveras que
anuncian nuestra resurrección.
No es fácil vivir un día como hoy.
Algunas comunidades prolongan el gran ayuno de ayer. De esta manera se preparan
para el gozo de la Vigilia Pascual. En muchos lugares, el Sábado Santo se ha
convertido en un día de reposo tras la intensidad litúrgica de los días
pasados. En la mayoría, es un día de vacación o de entretenimiento. Dondequiera
que nos encontremos, hay tres preguntas que pueden ayudarnos a templar nuestro
ánimo en este “no-día”, en esta celebración de ese extraño artículo del Credo
que reza: “padeció y fue sepultado”: ¿Qué esperanzas he ido sepultando a lo
largo de mi vida? ¿Qué preguntas me repito con más frecuencia en el último
tiempo? ¿Qué anhelos anidan todavía en mi corazón?
Es un día también para acompañar a
María, la madre. La tenemos que acompañar para poder entender un poco el
significado de este sepulcro que velamos. Ella, que con ternura y amor guardaba
en su corazón de madre los misterios que no acababa de entender de aquel Hijo
que era el Salvador de los hombres, está triste y dolida: Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron[2].
Es también la tristeza de la otra madre, la Santa Iglesia, que se duele por el
rechazo de tantos hombres y mujeres que no han acogido a Aquel que para ellos
era la Luz y la Vida.
Que la Vigilia de esta noche nos inunde
de la luz, de la Palabra, del agua y del pan que necesitamos para hacer seguir
caminando ¡peregrinos al fin! La vida que Dios nos regala ■
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