Hoy que tanto nos gusta hablar de herencias
y legados (paja que se lleva el viento, por cierto[1])
y aprovechando la tarde del Jueves Santo, quizá sería bueno detenernos un
momento y pensar en aquello que el Señor dejó a los discípulos –la primera
comunidad de cristianos- y que sí importa: no dejó ni un catálogo de dogmas que
resumiera lo que debe creerse, ni un código articulado de moral que fijara lo
que debe practicarse, ni siquiera un organigrama que determinara cómo debía
organizarse la Iglesia. El Señor confió que los apóstoles sabrían hallar la
verdad que debían vivir y anunciar, el camino que debían seguir, y la
organización conveniente para las comunidades cristianas. El Espíritu guiaría a
los creyentes. El recuerdo del Señor se irá haciendo vivo, concreto, en cada
lugar y momento, bajo la guía del Espíritu. No era necesario dejarlo todo
predeterminado (¡sería como dejarlo muerto!), pero aquella noche, la noche del
gran final, la noche antes de la muerte, Jesús dejó a los discípulos un gesto
sencillo como memorial suyo. No un catálogo, no un código, no una organización,
sí el pan y el vino. El pan y el vino que son su cuerpo ofrecido y entregado
por nosotros, su sangre alianza nueva y para siempre. Y el pan y el vino, el
cuerpo y la sangre, son su memorial. Para siempre más, hasta que vuelva.
Esto es lo que el apóstol Pablo dice
que es la tradición que ha recibido, la tradición que viene del Señor[2].
Esto es lo que hacía la primera comunidad ya desde la resurrección, lo que
siglo tras siglo han hecho en todo el mundo la multitud de comunidades de
cristianos. Esto es lo que hoy, esta tarde, nosotros, comunidad de cristianos,
hacemos: renovar la memoria del Señor. Vale la pena que nos preguntemos qué
significa para nosotros esto que hacemos como memoria del Señor, qué hacemos para
ser fieles a la gran confianza, a la gran fuerza, que el Señor puso en este pan
y vino compartido, único memorial suyo. ¿No debe significar que en la
Eucaristía hemos de hallar (más que en ningún otro sitio) qué significa ser
cristiano, cómo se es cristiano?
Es posible que a veces nos cueste de
entender, incluso de aceptar las afirmaciones de la fe cristiana, por lo menos
algunas. Es posible que no preguntemos qué significa decirse cristiano, qué
diferencia hay entre el cristiano y otros hombres que creen también en la
fuerza del amor, en la causa de la justicia, en la necesidad de buscar la
verdad. Es posible: la fe no es fácil, no resuelve todos los problemas, no es
una seguridad. Pero cuando nos reunimos para renovar el memorial del Señor, nos
encontramos para renovar aquello que es central en nuestra fe, aquello que nos
define como cristianos: no hacemos sólo un piadoso recuerdo de algo que sucedió
hace veinte siglos, sino que expresamos nuestra convicción más íntima, más
radical, más comprometedora.
¿Y cuál es esta convicción? La
seguridad de que Dios que nos da a conocer su rostro en la donación de Jesús en
la muerte en la cruz, en la alianza de
amor que es más fuerte que nuestros pecados, en una alianza que es fecunda,
eficaz, que construye el Reino, cueste lo que cueste, siempre más, hasta la
plenitud de la vida eterna.
Pero esta fe, mucho más que una
afirmación teórica, es una manera de vivir. Una manera de vivir que venimos a recordar,
a aprender, a alimentar en el memorial del Señor. Por eso lo que hacemos, es
sobre todo un gesto de comunión. Participar del amor vivo de Jesús para vivirlo
en nuestra vida. Cuando no sepamos qué significa vivir cristianamente,
recordemos qué hacemos en el memorial del Señor.
Y también, cuando nos cueste entender
qué es la Iglesia, qué es la comunidad cristiana, recordemos también el
memorial del Señor.
Eso es la Iglesia: la comunidad de los
que se reúnen para renovar la fiesta del Señor, la lucha del Señor. Sabiendo
que lo que Dios espera de nosotros, como comunidad cristiana, es que seamos
fieles a su ejemplo, a su servicio.
Precisamente hoy recordamos aquel gesto
simbólico de Jesús: Él, el Maestro y
Señor, lava los pies a los discípulos. Durante siglos la Iglesia renueva este
símbolo. Os he dado ejemplo para que lo
que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. ¿Sabemos nosotros
lavar los pies a los hermanos? Os he dado
ejemplo nos dice esta tarde Jesús. ¿Sabemos seguir su ejemplo? ¿Servimos a
todos, o somos vamos haciendo selección, volviéndonos elitistas y separados del
resto de la comunidad? En el mundo contemporáneo –dice Papa Francisco- son
muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo
manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su
propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma
mantengan viva la esperanza»[3].
En todo caso, allí estamos llamados a
ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se
convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde,
traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza![4]
Personas-cántaros. Detengámonos aquí. Una
tarde entera para guardar silencio y reflexionar en ésta idea y en lo mucho que
hay por hacer ¡Que el espíritu de dios venga en nuestro auxilio![5]
■
[1]
Cfr. Job 21, 18.
[2]
Cfr. 1 Co 11, 23-26.
[3] Benedicto XVI, Homilía
durante la Santa Misa de apertura del Año de la Fe (11 octubre 2012): AAS
104 (2012), 881.
[4] Santo Padre Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, n. 86. (El texto
completo puede leerse aquí: http://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf
[5] J. Gomis, Misa
Dominical 1987, n. 8
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