A veces me pregunto si los cristianos nos
diferenciamos de aquellos que no creen en Jesucristo[1].
¿Se nos puede identificar por la calle como personas distintas, o somos
individuos oscuros en medio de la masa gris de nuestra sociedad?
En el sermón de la montaña el Señor da
una imagen de lo que debe ser la comunidad cristiana: vosotros sois sal de la tierra... Luz del mundo Luz no es
oscuridad, y el gusto de la sal nada tiene que ver con una sopa desabrida. En
el peor de los casos la sal puede volverse insípida y la luz estar escondida. Justo
sobre eso advierte Jesús a los suyos. Los discípulos debemos ser esa luz
espléndida y esa gustosa sal. La Iglesia tiene que sobresalir en un mundo
oscuro, tiene que ser una sociedad alternativa: para eso es ekklesia, en el sentido más estricto del
término, una comunidad de elegidos[2].
Ciertamente que también esto puede ser
un peligro: siempre que en la historia se señaló mucho la Iglesia, se puso
murallas o se retiró, en tales ocasiones se alejaba de la vocación fundamental
indicada en el sermón de la montaña. ¿Cómo puede entonces la Iglesia cumplir la
misión de ser sal de la tierra y luz del mundo?
Hace unos años, Martín Kostler, pastor protestante,
publicó un interesante libro que se hizo famoso por el revuelo que produjo. El
cristianismo –venía a decir el autor- ha llegado a convertirse en una de tantas
ideologías. Como otras concepciones del mundo, tiene ya una superestructura de
principios, normas y fórmulas que han devenido vacíos. Se parece a un elefante
con pies de barro. Según Kostler, a muchos cristianos nos falta un fundamento
capaz de sostener su fe, la cual sólo puede mantenerse sobre la base de una
experiencia personal del Dios vivo. Su libro llevaba un significativo título: Dios sin religión o religión sin Dios[3].
La crisis de una época es siempre la
crisis de su religión. Como solución a la crisis de la fe en Dios, Kostler
proponía el descubrimiento de una nueva imagen de Dios que, hasta ahora, ha
sido rechazada: la del Dios de acá, en lugar del Dios del más allá. Cuando Dios
se deja en el más allá, decía, toda religión pierde su dinámica. Para nosotros
los cristianos el Señor con su encarnación puso su tienda en medio de nosotros
y trajo a Dios de "aquella"
orilla a "ésta"[4].
Por eso pudo llamar felices a los desafortunados, porque él los puso en
contacto con el poder de Dios, que su mismo Hijo encarnó.
También hoy está aquí el poder de Dios
y su Reinado en medio de nosotros. Dios no se ha marchado ni está lejos, allá
donde brillan las estrellas. Quien ha experimentado a Dios en la realidad de su
vida, puede transmitir su fuerza, iluminar con su luz y construir el mundo de
una manera cristiana.
Isaías, en la primera de las lecturas de
hoy, nos da algunas pistas: el camino
está –o mejor dicho, se construye- en partir pan con los hambrientos, en acoger
a los sin techo, en vestir al desnudo, en poner fin a la opresión y no
calumniar a nadie. Si la Iglesia no quiere ser ¡ay! una estufa que sólo se
calienta a sí misma, tiene que meterse de lleno a realizar su vocación en el
servicio a todo el mundo, salir a las periferias, por decirlo con palabras de
Papa Francisco[5].
Y es que oscuridad hay por todas partes
del planeta, y el número de aquellos que se hallan a la sombra de la vida es
grande, cerca de nosotros y en países lejanos, la obscuridad está en los transeúntes
y los emigrantes, en los enfermos y en los hambrientos, en los perseguidos y en
los rechazados, en la que ha sufrido el drama del divorcio y en la persona homosexual
que no encuentra un sitio donde lo reciban con gusto. El mundo no necesita más
luces de neón, sino la luz de Dios que llega a través de las lámparas vivas,
que somos los cristianos. Nosotros podemos suscitar esperanza, porque creemos
en la salvación de Cristo. Podemos dar amor, porque nos sabemos amados por
Dios. Podemos salir en defensa de los desvalidos porque ésta es la opción de
Dios.
Vosotros sois sal de la tierra; vosotros sois luz del
mundo. Esta afirmación
del Señor debe hacernos dudar, ponernos en guardia, despertarnos de la modorra,
encender comunidad para que salga de la apatía, se libere del miedo y se abra,
a la vez, a la experiencia del Dios viviente. Los cristianos recibimos el día
de nuestro bautismo la luz de Dios ergo
nuestra vocación no es otra que dar luz a los hombres[6]
■
[1] Lectura muy recomendada, por cierto: Umberto Eco,
Cardenal Carlo María Martini, ¿En qué
creen los que no creen?; puedes leerlo on line en éste sitio: http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Eco_Umberto_Martini_Carlo_Maria-En_que_creen_los_que_no_creen.pdf
[2] La ekklesía
(del griego antiguo «ἐκκλησία») era la principal asamblea de la democracia ateniense
en la Antigua Grecia. Fue instaurada por Solón en el 594 a. C. y tenía un
carácter popular, abierta a todos los ciudadanos varones con 2 años de servicio
militar, incluso a los thetes.
[3] El título completo en alemán es: Gott ohne Religion oder Religion ohne Gott. Der diesseitige Gott
(Dios sin religión o una religión sin Dios. El Dios de este mundo). No existe
edición en castellano.
[4]
Cfr Jn 1, 14.
[5] El diálogo que
Papa Francisco mantuvo con los superiores de órdenes religiosas a comienzos del
año y que Antonio Spadaro, S.I. recoge en un estupendo texto es profundamente
ilustrativo de ésta idea. Puedes leerlo en línea aquí: http://www.laciviltacattolica.it/articoli_download/extra/Despierten_al_mundo.pdf
[6] Eucaristía 1999; n. 8.