El evangelio de éste domingo –el tercero del tiempo ordinario- nos presenta al
Señor, digamos en movimiento, y al
pasar pone en movimiento a otras personas. Pasar
es el verbo de la encarnación, de un Dios que no está en su sitio sino que baja y acampa entre nosotros[1] para
acompañarnos en nuestros trabajos y fatigas, y frente a éste pasar de Dios no podemos quedarnos como
simples espectadores, debemos tomar una decisión y hacer una elección.
Llama la atención que el encuentro del Señor con aquellos
hombres –que luego serían sus apóstoles- no sucede en un marco sagrado, como
puede ser el del Templo o la sinagoga, sino en un escenario profano: el lago de
Galilea. El asunto no es nuevo. Dios
llama así. Dios es así. Moisés es
llamado mientras pastorea el rebaño de su suegro Jetró[2].
Gedeón está majando trigo en el lagar de su casa cuando se encuentra con Dios[3].
David está pastoreando las ovejas de su padre[4] y Amós el profeta está en medio del rebaño. En
menos palabas: el señor pasa y llama en medio de las ocupaciones ordinarias.
Los discípulos, de quienes habla el evangelio de hoy, están
empeñados en colocar las redes. Jesús encuentra al hombre en las cosas
ordinarias de la vida. La vocación de los primeros discípulos se puede resumir
en dos verbos: vio y dijo. Una mirada y una palabra. Son las únicas armas de que dispone el Maestro que, a diferencia de los demás
maestros de Israel, elige él a sus discípulos. La mirada del Señor al llamar a
los suyos ¡cómo sería! Desde luego no se trataba de una mirada lejana, fría,
sino calurosa, llena de afecto. Y lo mismo sucedía con su voz. Una voz que
suena como ninguna, de timbre único, inconfundible. El discípulo escucha esa
voz única y se callan todas las demás…
Hoy es un buen domingo para detenernos un momento y
darnos cuenta de que la vocación cristiana que hemos recibido es al mismo tiempo
una mirada y una llamada de Jesús.
¿Qué es lo que hace nos hace discípulos? Dar una
respuesta, dejarnos encontrar; dejarnos hacer, como el barro en manos del
alfarero[5].
La vida cristiana es respuesta a la acción de la gracia,
no decisión autónoma. La vida cristiana no es el resultado de una serie de
actos espirituales más o menos perfectos. Si soy cristiano es porque he sido
solicitado por Alguien, he recibido el bautismo y luego, en libertad, he
querido responder a ésa llamada.
El hombre sólo puede ponerse en camino después que Dios
ha comenzado a caminar por los caminos de los hombres. No somos nosotros los
que salimos a la búsqueda de Dios. Es Dios quien se pone a buscarnos. Nuestra vocación
cristiana por tanto no es una conquista, sino ser conquistados. El discípulo no captura al
Maestro. El es tomado por el Maestro[6].
La respuesta a la iniciativa de Jesús se expresa también
con un verbo: dejar. La decisión entonces
se manifiesta con un distanciamiento: de las redes, del oficio, de las cosas,
de los lazos familiares, de un presente, para que el Señor ocupe el centro de
todo, cosas y personas. La llamada a ser cristiano es dejar espacio a Cristo,
es estar vacíos para que Él pueda llenar todo lo demás. Y no debemos separar el
verbo dejar del verbo seguir. Dejar y seguir son los dos momentos
de un mismo gesto. No dejamos por dejar, sino que dejamos para seguir. Dejamos para
no estar más "encorvados sobre sí mismos", como decía Martin Lutero, para salir fuera junto con Él. En menos
palabras: discípulo no es uno que ha abandonado algo, o renunciado a algo sino
quien ha encontrado a Alguien.
Nuestra vida cristiana consiste en recorrer el mismo
camino del Señor, hacer las mismas opciones, repetir sus gestos, asumir sus
pensamientos y sus posturas, inspirarse en sus criterios, tener sus
preferencias.
Estamos sobre todo llamados a confiar totalmente en Jesús,
a tener un vínculo y una relación personal y vital con Él: os haré pescadores de hombres, nos dice éste domingo. El oficio de
pescadores de peces aquellos primeros lo conocen. El otro (oficio), no, y sin
embargo, responden a la llamada. Aquellos pescadores –que nos representan a
todos los demás- aceptaron vivir una aventura con Jesús, se fiaron de él sin
pedir muchas explicaciones y vivieron para siempre con Él[7] ■