XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (C) 29.IX.2013

Conocemos bien la parábola porque la hemos escuchado muchas veces: el rico despreocupado que banquetea espléndidamente, ajeno al sufrimiento de los demás y un pobre mendigo a quien nadie daba nada. Dos hombres distanciados por un abismo de egoísmo e insolidaridad que, según las palabras del Señor, puede hacerse definitivo, por toda la eternidad.

Es bueno que nos adentremos un poco, digamos, en el pensamiento del Señor (aunque la frase suena pretenciosa). Aquel hombre rico de la parábola no es descrito como un explotador que oprime sin escrúpulos a sus siervos, ni como un tirano, tampoco como un asesino o un adúltero. No. No es ése su pecado. Aquel hombre es condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente de su riqueza sin acercarse a la necesidad de Lázaro. Buen cuidado tiene el evangelista –y antes, el Señor- de poner un nombre concreto al segundo personaje: Lázaro.  

Esta es la convicción profunda de Jesús: la riqueza en cuanto "apropiación excluyente de la abundancia", no hace crecer al hombre, sino que lo destruye y deshumaniza pues lo va haciendo indiferente, apático e insolidario ante la desgracia ajena.

La parábola de hoy es un reto y una llamada de conciencia: ¿Podemos seguir organizándonos nuestras cenas de fin de semana, nuestras bodas con vestidos de miles de pesos y centenares de invitados donde se desperdicia la comida y la bebida, y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar, cuando el fantasma de la pobreza está presente en muchos hogares?

Hermano mío, hermana mía, nuestro gran pecado puede ser la apatía social: encerrarnos en "nuestra vida", en nuestra comodidad –iba a poner en nuestra terraza del Country Club pero no sea que hiera yo alguna susceptibilidad- quedándonos ciegos e insensibles ante la frustración, la humillación, la crisis familiar, la inseguridad y la desesperación de esos hombres y mujeres.

Hoy el Señor llama a la puerta del corazón de cada uno, una vez más, y nos pregunta: “Oye, y tú ahí tan cómodo ¿qué haces por los que menos tienen?” El Señor, con la parábola, no busca asustarnos con un infierno futuro o consolarnos con un paraíso futuro. Él va más allá. Pretende mostrarnos cómo el cielo comienza allí donde resuena la palabra de Dios que permite a un hombre despertarse de su modorra y encontrar al propio hermano”[1].

Y como las cosas mientras más aterrizadas, mejor. Aquí en San Francesco di Paola[2] queremos hacer algo concreto y útil por las personas que muchas noches duermen en la plaza que está junto a la parroquia[3] o en el puente que une la i-35 con la calle Santa Rosa. Queremos tener en la oficina un stock de ropa en buen estado para tener algo qué ofrecer a ésas personas cuando se acercan a la parroquia a buscar algo. Y cuando decimos “en buen estado” no nos referimos a ropa que de tan vieja y raída nadie puede sacar provecho. En realidad no somos un bote de basura, sino una comunidad parroquial que busca ayudar a los que menos tienen –o no tienen nada- con cosas en buen estado; cosas que puedan serles útiles: cobijas, alimentos no perecederos, artículos de aseo personal, etc. ¿Nos ayudas? Si vienes a Misa por la mañana a la diez, o a la una y media el domingo puedes traerlos en bolsas o cajas y entregárselo al Fader al final de la misa, o dejarlos en la oficina de la parroquia que está abierta de lunes a viernes de las nueve de la mañana a la una de la tarde.

Tenemos el peligro de acomodarnos en el silloncito muy cómodo de nuestra salita de estar –monísima, llena de buen gusto y de tono humano- olvidándonos de los demás, aunque estén a nuestra puerta. No hay nadie más difícil de ver que aquel a quien no queremos ver, porque nos complicaría la vida, la haría difícil e incómoda. Se puede encontrar uno muy bien entre los amigos y no ver a los que están fuera, se está tan bien en el comedor, que ya no miramos por la ventana



[1] A.Maillot.
[2] 205 Piazza Italia, San Antonio, TX 78207.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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