El alma: Oiré lo que habla el Señor Dios en mí / Bienaventurada el alma que
oye al Señor que le habla, y de su boca recibe palabras de consolación. Bienaventurados
los oídos que perciben los raudales de las inspiraciones divinas, y no cuidan
de las murmuraciones mundanas. Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz
que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro. Bienaventurados los
ojos que están cerrados a las cosas exteriores, y muy atentos a las interiores.
Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian con
ejercicios continuos en prepararse cada día más y más a recibir los secretos
celestiales. Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se
desembarazan de todo impedimento del mundo. ¡Oh alma mía! Considera bien esto,
y cierra las puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que te habla el
Señor tu Dios ■ Tomás
de Kempis, La Imitación de Cristo, Capítulo 3.