(La voz del prudente)
A la hora de la muerte
me llevaré el corazón;
Señor, no tengo otro don,
ni otra gloria que ofrecerte.
(La voz del insensato)
Viviendo me desviví,
y una montaña de oro,
con mi desvelo adquirí.
Mi grandeza fue el dinero,
que miles de puertas abre,
mi tesoro y tesorero.
(La voz del prudente)
A la hora de la muerte
me llevaré el corazón;
Señor, no tengo otro don,
ni otra gloria que ofrecerte.
(La voz del insensato)
Yo tuve grande poder,
renombre internacional
y supe lo que es vencer.
Yo fui un hombre poderoso
y con grande autoridad,
emprendedor y ambicioso.
(La voz del prudente)
A la hora de la muerte
me llevaré el corazón;
Señor, no tengo otro don,
ni otra gloria que ofrecerte.
(La voz del insensato)
Tuve firma de escritor
y millones de lectores
y premios en mi loor.
El triunfo me persiguió,
la fama fue mi corona,
la vanidad me venció.
(La voz del prudente)
A la hora de la muerte
me llevaré el corazón;
Señor, no tengo otro don,
ni otra gloria que ofrecerte.
(La voz del insensato)
Fui comentario mundial
en la prensa y otros medios,
fui yo mismo sin igual.
Y tuve buena salud,
que la supe disfrutar
con ganas de juventud,
(La voz del prudente)
A la hora de la muerte
me llevaré el corazón;
Señor, no tengo otro don,
ni otra gloria que ofrecerte.
Y a mi muerte en recompensa
las flores cubren mi tumba
y la noticia la prensa.
Más no se puede pedir
para este hijo de Adán
que se acaba de morir.
* * *
Súplica final
Líbrame de todo engaño
y de tanta necedad,
oh Dios de toda verdad,
único bien que yo extraño.
Guíame con blanda mano,
mi Padre y mi intimidad,
tú, mi consuelo y mi paz,
todo mi afán cotidiano ■
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
Puebla, julio 2010