Cristiano es aquel que ha escuchado la llamada de Cristo y respondido
personalmente. Por tanto, no es correcto
pensar que únicamente tienen vocación los que están en
monasterios, conventos, seminarios,
comunidades religiosas o casas parroquiales. Todo cristiano tiene la vocación de ser
discípulo de Cristo y seguirlo. Algunos
lo siguen en el matrimonio, que, a pesar de no imitar su vida célibe, participa
no obstante del ministerio de su presencia en el mundo (Ef 5, 25-31). Otros siguen a Jesús al vivir en castidad,
pobreza, obediencia y servicio a los demás en el amor. El monje no tiene dos vocaciones, una como
cristiano y otra añadida por su estado de monje. Su vocación monástica no es más que un simple
desarrollo de su propia vocación cristiana, un paso más en el camino elegido
personalmente para él por Jesucristo. Feliz el hombre que escucha la voz de Cristo llamándolo al silencio, a
la soledad, la oración, la meditación y al estudio de su Palabra. Esta llamada
para vivir apartado con Cristo y subir con él a la montaña para orar (Lc 9,28),
es rara y especial, de manera particular en nuestros días. Pero también es muy importante para la
Iglesia, y por eta causa aquellos que creen ver indicaciones de esta vocación
es sí mismo o en otros, deben encarar el hecho con sinceridad y hacer algo al respecto
en un espíritu de oración y prudencia ■ San Bernardo, abad de Claraval (Francia)