No, no vamos solos. Nuestro camino es, siempre,
camino de Dios. Y en esos momentos de prueba, cuando nos damos cuenta de la
impotencia, cuando nos envuelve no sé qué indignación ante el mal inevitable,
nos hallamos, de golpe, en la oración del Huerto, sin otra explicación. La
fatiga nos ahoga, el camino parece no acabar, las vueltas y vueltas se hacen
más dolorosas por lo imprevistas... Todo esto es así, pero cada vez la soledad
disminuye para llenarse toda de Dios. De nuevo: No temas. Las
peores intrigas de este mundo (de cualquier mundo, aunque tenga no sé cuál
"prestigio"), no son, no existen. Sabemos que en nuestros días abunda
el resentimiento y la envidia, cuanto falta la misericordia y se echa de menos
la compasión. Y esto en los ambientes donde la magnanimidad y la pureza
debieran brillar hasta en los gestos más pequeños. No ha de importar
constatación tan dolorosa, sino animarnos a confiar, cada vez más, en la
Presencia inefable de Dios ■ Ermitaño urbano