Yo con María me quedo,
porque es la parte mejor,
escuchándote, Señor:
tú eres mi amor y mi credo.

Fluye la vida corriendo,
y tan aprisa se va,
que, haciendo cosas sin fin,
vivo sin vivir en paz.
El barullo es mi desgaste,
gastado por los demás,
y, por darme todo a todos,
me pierdo lo principal.

Mas ¡bien sabes que te amo!,
y que quisiera acertar;
tú que ves los corazones
acepta mi ingenuidad.
Si te olvido, no te olvido…,
que no lo quise jamás;
brújula mía, Jesús,
en la calma y tempestad.

Mi Jesús, dulce silencio,
a quien le puedo palpar
en mis sienes encendidas
que te sienten palpitar.
Eres hálito y salida
de quien nació para amar,
para amar con pleno amor
a quien se puede adorar.

Heme aquí, mi Dios amado,
que no me confunda más,
que nada de ti me aparte,
mi centro de gravedad.
Y que de ti yo rebose
los mares de tu bondad,
Dios hermano de los hombres,
mi Dios, mi ruta, mi afán

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
Puebla de los Ángeles, 15 de julio de 2010.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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