Con frecuencia, entendemos la evangelización (¿así se lo hemos oído predicar a
nuestros obispos o sacerdotes?) de manera, digamos, meramente doctrinal, por
tanto predicar o compartir el evangelio sería dar a conocer la doctrina de
Jesús a quienes todavía no la conocen o la conocen de manera insuficiente. Si
entendemos las cosas así, las consecuencias son evidentes: necesitamos, en
primer lugar, medios de poder con los
cuales asegurar que el mensaje llegue a todos. Además son necesarios (¿así lo
aprendimos?) cristianos “bien formados doctrinalmente”, con “tono humano” (¡ay
frase desafortunada!) que conozcan bien la doctrina y sean capaces de
transmitirla de la manera más persuasiva y convincente. Estructuras, técnicas y
pedagogías adecuadas y desde luego un soporte eclesial adecuado para propagar
el mensaje cristiano. Finalmente es importante el número de evangelizadores que
con los mejores medios lleguen a convencer al mayor número de personas.
Todo esto es razonable, sí y encierra, sin duda, grandes
valores. Pero si uno se detiene un momento y con atención en la persona del
Señor, en su actuación, en su acción
evangelizadora, las cosas cambian bastante. El Evangelio no es sólo ni, sobre
todo, una doctrina. El Evangelio es la
persona de Jesús. La experiencia humanizadora, salvadora, liberadora que
comenzó con Jesús.
Por eso, querido hermano y hermana, evangelizar no es sólo propagar una doctrina, sino hacer presente
en el corazón mismo de la sociedad y de la vida humana la fuerza salvadora del acontecimiento y la persona de Jesucristo.
Y esto no se hace de cualquier manera.
Para hacer presente esa experiencia, los medios más
adecuados son que menos nos llaman la atención; no son el poder, ni el dominio,
ni el prestigio, ni siquiera una teología impecable,
sino los mismos (medios) de los que se sirvió el mismo Jesús: solidaridad con
los jodidos (sic), acogida a cada
persona, perdón ¡creación de comunidad! Sobre todo en la vida parroquial,
defensa de la vida y del matrimonio…
Para predicar y evangelizar y propagar la fe cristiana lo
importante es contar con testigos en cuya vida se pueda percibir la fuerza que
encierra la persona de Jesús. La teología y la buena formación y los medios
económicos son muy buenos cuando están al servicio de los demás EN el Señor; cuando
no, son un estorbo y hasta una piedra de tropiezo[1].
El testimonio tiene primacía absoluta. Las estructuras,
instituciones y técnicas son importantes en la medida en que son necesarias
para sostener la vida y el testimonio de los creyentes. Por eso, lo más
importante no es tampoco el número sino la calidad de vida de la comunidad que
puede irradiar fuerza evangelizadora. Quizá ésta mañana, en ése rato que
dedicamos a hablar cara a cara con el Señor debamos detenernos dos veces en sus
palabras: No llevéis talega ni alforja ni
sandalias[2]
y pensar cuáles son esas sandalias y esa talega y esa alforja que nos estorban
para hacer presente, en medio de aquellos con quienes más convivimos, la
persona de Jesucristo ■