Por el dolor creyente que brota
del pecado;
por haberte querido de todo
corazón;
por haberte, Dios mío, tantas
veces negado,
tantas veces pedido, de rodillas,
perdón.
Por haberte perdido, por haberte
encontrado.
Porque es como un desierto nevado
mi oración;
porque es como la hiedra sobre un
árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de
ilusión.
Porque es como la hiedra, déjame
que te abrace,
primero amargamente, lleno de
flor después,
y que a mi viejo tronco poco a
poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame
a tus pies. Amén
■ De la Liturgia de las
Horas