En la humildad se halla la máxima libertad. Mientras tienes que defender el
yo imaginario que crees importante, pierdes la paz de tu corazón. En cuanto
comparas esa sombra con las sombras de otros, pierdes toda alegría, porque
empezaste a traficar con irrealidades, y no hay gozo en lo que no existe. En
cuanto empiezas a tomarte en serio e imaginas que tus virtudes son importantes
porque son tuyas, quedas prisionero de tu propia vanidad, y aun tus mejores
obras te cegarán y engañarán. Luego, para defenderte, empezarás a ver pecados y
faltas por todas partes en las acciones de los otros. Y cuanto más irrazonable
importancia te atribuyas a ti y a tus obras, tanto más tenderás a formar tu
propia idea de ti mismo condenando a los otros. A veces hay hombres virtuosos
que se sienten amargados e infelices, porque inconscientemente han llegado a
creer que toda su felicidad depende de que sean más virtuosos que los demás. Cuando
la humildad libra a un hombre del apego a sus propias obras y a su propia
reputación, descubre que el gozo perfecto es sólo posible cuando nos hemos
olvidado completamente de nosotros mismos. Y sólo cuando no prestamos ya más
atención a nuestra vida, a nuestra reputación ni a nuestra excelencia, nos
hallamos por fin completamente libres para servir perfectamente a Dios por Él
solo ■ Thomas
Merton, Semillas de contemplación.