Yo he sentido en lo más íntimo de
mi alma tres etapas del amor divino: Primero, amar, amar con locura, con
delirio, con pasión, con humildad sí, pero con vehemencia y fuerza de cielo
dada por Él. Después, he sentido la necesidad y el vivo deseo de Jesús, de no
sólo tender a su amor como el imán al acero, no sólo de ampliar el alma para
abarcarlo (a ser esto posible), sino el amor de dejarse amar, de abandonarse a
su amor, de entregársele sin reservas ni condiciones ni exclusivismos, sino
total, absoluta y plenamente, para que haga y deshaga con toda libertad en lo
que le pertenece […]. He encontrado otro amor en el amor mismo, amor humilde,
audaz, amor de pudor subidísimo, de confianza, ilimitada, amor infantil a la
vez muy alto: encierra al mismo tiempo sencillez y audacia; cierra los ojos
para ver lo que uno es, y revistiéndose de lo divino, atrae al Amado, con la
tranquilidad y naturalidad que nace de esa clase de nuevo amor: de libertad
amorosa. Y ¿cuál es ese amor? Nada menos que llamar a Jesús con pasión divina,
y de lo muy hondo del alma, decirle: Jesús, quiéreme […] ¿verdad que me vas a
querer mucho, mucho, con todo el amor de un Dios hombre, con el amor mismo con
que amas a tu Padre, con el Espíritu Santo? (Carta 57, 222-224; 11 de noviembre
de 1931) ■ Concepción Cabrera de Armida, Eco de mis amores. Selección de textos. Publicaciones CIDEC, México,2010 (Colección Cruz Viva 7).
Misioneros del Espíritu Santo y Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de
Jesús.