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Los cuatro Vivientes 
y los veinticuatro Ancianos 
se postraron delante del Cordero. 
Tenía cada uno una cítara 
y copas de oro llenas de perfumes, 
que son las oraciones de los santos.

Y cantan un cántico nuevo diciendo: 
«Eres digno de tomar el libro 
y abrir sus sellos 
porque fuiste degollado 
y compraste para Dios con tu sangre 
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación 
 Apoc 5, 8-9. 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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