La paz!, dijo el Señor,
y abrió para mostrarles
las manos y el costado.
Del hueco de las llagas no sangrantes
brotaba la alegría de la Iglesia,
la unción de paz que baña mi semblante.
Acerca aquí tu mano,
comulga con mi carne,
no seas increyente.
Y vio Tomás la gloria deslumbrante,
humana y suave, bella eternamente,
en Cristo, por la fe, cuerpo palpable.
Señor mío y Dios mío,
Señor de mi rescate,
mi Dios, principio y fin:
aquí, sobre tus llagas irradiantes,
derramo yo los besos de mis labios
y bebo del caudal que de ellas nace.
Del todo perdonado
por este amor de sangre,
iré hasta la morada.
Se acoge a ti mi cuerpo vacilante;
tus llagas son morada y dentro de ellas
te adora en puro amor la Iglesia orante.
¡Hosanna, mi Señor,
destello de tu Padre,
sendero de creyentes!
¡Que brillen tus heridas llameantes,
que sea el patrio hogar tu blanco cuerpo,
que allí tus fieles gocen y descansen! Amén ■
R. M. GRÁNDEZ (letra) – F. AIZPURÚA (música),
capuchinos.