Y qué más ...?" suspiraba un viejo cura, somnoliento,
extenuado por confesiones infantiles. Era por la época de mi primera comunión.
Yo me acuerdo que esta eterna pregunta me desolaba. Más tarde se me ocurrió que
bien podría haber contestado: " ¿Qué más? dice Ud. Es sencillo, exijo su
corazón. Deseo que cumpla la palabra del Maestro, de dar la vida por sus
ovejas. De otra manera, ud. sería un mercenario, un mal pastor que no conoce a
su rebaño y a quien su rebaño no conoce. Cuando venga el Ladrón, lo encontrará
dormido, tan profundamente dormido que será necesario el sonido de las Siete
Trompetas del Juicio para despertarlo". Esta es la queja de las últimas almas, las abandonadas y desoladas, los
vestigios de la Semejanza, raros ejemplos sobrevivientes y aborrecidos, que el
arsenal de lugares comunes de la apostasía moderna no ha podido demoler. Se
piden Sacerdotes. Se piden otros, diferentes. Se pretende que sean respetuosos
con la Inteligencia, que amen la Belleza y la Grandeza, hasta la muerte si es
preciso, que no consientan las claudicaciones que se están viendo desde hace
doscientos años. Se les pide, señores sucesores de los Apóstoles, no herir al
Pobre que busca a Jesús, no detestar a los Artistas y a los Poetas, no mandar
al campo enemigo (a fuerza de injusticias, de sinrazón, de ignominias) a aquel
que sólo desearía luchar a su lado, si ustedes fueran lo suficientemente
humildes para mandarle. Pero ustedes no escuchan, no quieren saber nada de
esto. Ustedes duermen pesadamente sobre heridos que sangran o agonizan y cuando
un grito demasiado desesperado los fuerza a entreabrir los ojos, se contentan
con decir " Qué más, hijo mío? ". Y enseguida vuelven a dormirse, asombrados
de no dominar al mundo ■ Leon
Bloy